Me recibe sentado, un poco encogido. Parece un poco cansado. Su agente de prensa en San Sebastián le acaba de traer un café a Nahuel Pérez Biscayart (Buenos Aires, Argentina, 1986). Sin embargo, esa fatiga no influye para nada en su lucidez y su fluidez. Él es el protagonista masculino de Un año, una noche, la última película de Isaki Lacuesta.
Aquí, el doble ganador de la Concha de Oro de Donosti vuelve a poner en el centro de esta hermosa película las relaciones entre los seres humanos. Si en Entre Dos Aguas estaba la vida ligada de dos hermanos, en este caso es la narración (y el trauma posterior) de una pareja que sufre los atentados de Bataclan en el local, la historia real de Ramón González y de su pareja en la vida real, Mariana. Reflexiva, conmovedora y curativa a partes iguales, quizá haya tenido un efecto permanente en el modo de vida de uno de los actores argentinos más internacionales.
Nahuel, quiero comenzar planteándote, ¿cómo pudiste ponerte en el papel de Ramón? Porque seguramente leíste su libro (Paz, amor y death metal) en el que se basa el guion de Isaki, Isa Campo y Fran Araujo, pero ¿cuál fue en el fondo toda la preparación? Hablaste con Ramón…
Todo. Todo lo que se puede hacer se hace. Lo que nutra, nos impregne de materia sensible, yo lo compro. Lectura de su novela, lectura de otros libros. Muchos libros sobre Charlie Hebdo, conversaciones con Ramón, con su pareja, documentales… en fin, todo.
Sobre todo cuando uno lo filma de manera no cronológica es importante estar lo más embebido en la materia. Hicimos improvisaciones (con Noémie Merlant, su co-protagonista en el film), abrimos bastante las escenas con Isaki para poder entrar, poder tocar desde la experiencia nudos centrales en la trayectoria de esta pareja.
Hacen un duelo individual pero compartido porque viven juntos, tienen una relación, pensando cómo es el duelo, el proceso de duelo, se desfasa, según cuán puesto esté uno a enfrentarlo, a negarlo, a darle un lugar central en su vida, o a intentar curar esa herida lo más rápido posible para recobrar la vida que tenía antes… en fin, remueve mucho. Creo que la película lo muestra. Como un terremoto que tiene sus réplicas.
De hecho, hay en el largometraje diversas etapas y maneras de afrontar este duelo. En el caso de Ramón es casi un recuerdo continuo, un registro completo de todo eso, busca escribirlo. En el caso de Céline (su pareja en la ficción y el personaje de Noémie), sin embargo, es el rechazo, la negación, el olvido… Desde un punto de vista personal, en caso de que hubieras sido tú, ¿cuál hubiera sido tu forma de afrontarlo?
No creo que sea interesante ir ahí. El trauma no se parece a nada. Es muy difícil pensar en términos… Solo te puedo decir que la única vez que estuve en un hecho un poco traumático se me volvía constantemente la imagen clave, exactamente lo que le pasaba al personaje de Ramón en la peli. Me iba a dormir y me despertaba con una imagen. Me despertaba de golpe. Es como si el disco duro quedara rayado, es algo casi electrónico, que todo el tiempo “vuel-vuel-vuel-vuel”, que de golpe vuelve y va más allá de la voluntad. Es invasivo, estás colonizado de golpe por esa especie de imágenes que están ahí, como…
…Presentes.
Como un misterio que va colonizando todo tu imaginario. Así que no sé. Esa es la única referencia que tengo de un trauma. Luego, está el trauma colectivo y social, del cual te puedo hablar bastante porque soy argentino y hasta hace poco hemos tenido años de dictadura y muertes… y son fisuras que atraviesan transversalmente una sociedad. De una manera o de otra estamos todos atravesados por esa herida. Por eso el proceso de duelar colectivamente no solo es más rápido, sino que también abarca todas las aristas. Y es un hecho, relativiza el acto heroico de curarse. Reparte las tareas y aligera un poco ese proceso.
Bueno, la peli cuenta justamente eso, ¿no? Cómo los procesos se desfasan. Y cómo algunos tienen necesidades que los otros no tienen, y cómo eso destruye bastante el tejido social o del de una relación de pareja.
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Está muy bien que nombres la parte que afecta al colectivo. Tú también has vivido en París, mientras estabas filmando 120 pulsaciones por minuto, poco tiempo después, ¿tu experiencia dentro del trauma colectivo en Argentina te ayudó a poder dar consejos a algunas personas en Francia cuando pasaron por esos momentos traumáticos?
¿En el momento del atentado, dices?
Posteriormente, en esa impresión colectiva que yo creo que ha dejado en Francia.
Es difícil pensar si una peli o un hecho creativo puede ocupar ese lugar. Yo creo que sí, creo que la cultura es ese lugar al que uno va cuando necesita curarse o dar explicación a muchas cosas. Lo único que le da magia a este misterio insondable, que es la vida.
Yo no estaba en París el día de los atentados, volví a rodar allí unos meses después. Me acuerdo que le fui a preguntar a una persona en la calle, no sé si fue una dirección o algo. Y mientras me acercaba, metía mi mano en el bolsillo interno de mi chaqueta para sacar mi teléfono. Un hecho muy cotidiano. Pero el hecho de acercarme a un extraño metiendo mi mano en el bolsillo, recuerdo que la persona me miró con una cara de horror… y me dije «Wow, la sociedad está inevitablemente atravesada por eso».
Va más allá de la decisión de uno, es algo completamente involuntario, pero lo vas a tener que afrontar.
Sea como individuo, como sociedad…
Sí, y las sociedades que no la afrontan —hola España, con el franquismo—, que no hubo procesos de justicia propiamente dichos. Y luego te aparecen partidos como VOX con discursos de odio, discursos terroristas… no han pasado por ese filtro de la condena colectiva.
Precisamente, la película de inauguración del festival, Modelo 77 de Alberto Rodríguez, revisa esas cuentas pendientes, esas amnistías que no se produjeron. Te la recomiendo, es una película que vale la pena ver. Y mencionas también el caso de Argentina y aquí se presenta en Perlas, la película de Santiago Mitre, Argentina, 1985 que revisa el proceso judicial a la Junta Militar de la dictadura argentina.
Interesante que estén las dos películas a la vez.
Este artículo sobre San Sebastián es para ti.
Creo que estamos viviendo una mirada atrás de la sociedad, intentando repasar esas heridas, no siempre curarlas. Me interesa mucho eso que has dicho sobre «el arte como terapia». Querría volver atrás en tu carrera, qué te ha preparado para llegar a un alcance internacional, no solamente al mercado latinoamericano.
Empezaste muy joven en el cine argentino, ya saliste en El aura, de Fabián Belinsky en su día, un rol breve, pero una aparición fulgurante. De repente al poco tiempo, llegas a otras cinematografías. ¡Mucha gente te considera un actor francés! No sé si tú también tendrás esa percepción…
Totalmente. Me han apadrinado. Me encanta (ríe). Cada uno que imagine lo que quiera, es la gracia de esta profesión.
Es una adopción en muy buen sentido, Francia como una segunda patria. Ahora que has vuelto a trabajar (la segunda vez) en el cine español, ¿Qué tal te has sentido bajo la dirección de Isaki Lacuesta y con otros actores de aquí como Natalia de Molina?

Ay Natalia… tenemos un crush. Es que estoy enamorado de Natalia, lo hago público. Ese ser humano es increíble. ¡Verla actuar en vivo! Me siento muy afortunado, y al mismo tiempo me siento por supuesto un impostor en medio de estos… no me lo podía creer.
Estuvimos cuatro días rodando juntos y entraron con una presencia, con una espontaneidad, con un nivel infernal. Crearon un mundo en dos segundos.
Se nota el buen rollo en la película en esos momentos y hay un cambio de tono, se nota porque es como un soplo de aire fresco, casi de humor en el drama.
(Natalia) es una actriz increíble, increíble. Es tan increíble que no te das cuenta en el momento que está ocurriendo. Me encanta juntarme con actores españoles. La verdad es que el rodaje en Barcelona fue espectacular.
Eres un todoterreno. Los acentos que adoptas precisamente en la película, sobre todo en la parte que hablas en castellano son perfectos. Nadie diría que eres bonaerense. ¿Cuánto te costó?
Es un trabajo muy difícil. Prefiero hablar otro idioma sin acento. Prefiero hablar alemán sin acento, te diría. Lo que pasa es que cuando hablas tu mismo idioma, pero con un acento que no es exactamente el tuyo es muy extremo.
El software del juicio constante está completamente activo. Suenas como una mala copia. Ves todo lo falso. Cuando tú hablas un idioma que no es el tuyo te pones un disfraz completamente diferente y crees en él. Pero cuando estás hablando español con otro acento el cerebro se vuelve loco.
Como si estuvieras cerca de la impostura…
Total, total. Ves todo lo falso. Pero el trabajo justamente es eso: intentar sacar esas capas y tocar lugares verdaderos, a pesar de estar usando ese disfraz, una especie de español que es el tuyo, pero no es el tuyo.
Trabajaste en eso, escuchaste tu voz grabada…
Sí, con un coach, trabajamos en ello.
Se nota para bien en esos momentos ambientados en Barcelona. Diría que la gente que aparece son tu familia de no saber que son actores (o en el caso de C Tangana en un casi breve cameo, que es cantante).
Terminamos ya, cuando vas a París, ¿qué sientes ahora al pasar por el Boulevard Voltaire delante de Bataclan o al entrar allí?
Qué difícil sentir que uno es el termómetro, no creo que tenga la capacidad de responder. Creo que algo sucede en las grandes urbes: la presión capitalista por seguir avanzando y produciendo no le da lugar a esos procesos de duelo en general. «Hay que siempre estar listo, hay que seguir produciendo». «Stay awake, stay alive».
La gente, somos buenos actores, los humanos en general también con la ayuda de fármacos, psicofármacos y compañía. Somos muy buenos creyendo en este juego que hemos construido. Entonces es muy difícil ver la temperatura real de la sociedad, en el sentido de que no esté actuando.
Es muy fácil creer en las fachadas. Prefiero pensar en la cuestión de ¿hasta qué punto nos estamos haciendo cargo o no? ¿Hasta cuándo te haces cargo de tus traumas internos, de tus dolores, de tus impedimentos, para ser un poco más feliz?
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Imágenes: Festival de cine de San Sebastián 2022