Cuando decía, hace cinco años, que estaba fundando una revista digital, varios me respondieron «Pero si la gente ya no lee», «La gente sólo quiere ver videos». Otros también me comentaron sobre la reticencia a leer artículos en una pantalla: «Tienen que ser muy cortos, la gente está muy cansada, no tiene paciencia». Por otro lado, llegaron los copywriters: «Tienes que poner palabras clave para que los artículos sean posicionados por Google, es SEO. Y pon títulos y negrita para retener la atención; el internauta no lee, sino que escanea».
Son argumentos fáciles de aceptar hasta que descubres que cada vez más la gente pregunta a Google sobre asuntos complejos de su vida, intelecto y sentimientos. Por ejemplo, esta semana hablamos en nuestras newsletter (suscríbete si las quieres) de que durante unos días, a principios de octubre, lo que más se buscó en Google fue «Estoy cansado». Eso no es todo, lo peor es que lo que encuentran son cientos de ítems amañados para captar la atención: vídeos, textos muy cortos para gente sin paciencia, llenos de palabras clave, con títulos y negritas, listos para ser escaneados.
Con eso de que la gente ya no lee, la industria digital ha terminado haciendo textos para no leer. Lo que más temíamos nos sobrevino. Muy mala reputación le queda al homo sapiens.
Quien mira los datos, no obstante, descubre la verdad. El 15 de octubre fue la entrega del Premio Planeta, el premio de literatura que más dinero da del mundo (un millón de euros, un poquito más que los diez millones de coronas suecas del Nobel). Además de los premiados, su polémica y la llamativa tendencia de búsquedas en Google, también merecen atención los números —los números no mienten—. El Grupo Planeta, otorgador del premio, facturó en 2022 1800 millones de euros, cifra récord. Eso significa que cada vez hay más libros, cada vez hay más personas leyendo libros. No sé si los leen hasta el final, pero sí los compran. Que luego se cambien, devuelvan o revendan los libros es otra historia.
Cuestionaré, entonces, qué quiere decir exactamente que la gente ya no lee. ¿La gente ya no lee qué, la Biblia? ¿La gente ya no lee los periódicos? Ciertos medios que conozco no paran de aumentar su número de suscriptores. Quizá la gente ya no lee los libros que debería leer, como Nietzsche, Albert Camus, Kant, Spinoza y Marco Aurelio. No han leído una página de ellos. Sí habrán leído Tim Ferris, Robert Cialdini, Robert Greene y Ryan Holiday. O quizá ni eso. Habrán leído algo producido en parte por un escritor fantasma en algún país de América Latina, pero firmado por uno de España en forma de bonita novela. Quizá la gente que ya no lee en realidad sí lee, pero no lo que yo leo. O prefiere leer posts de gurús de coaching en LinkedIn. O comentarios a pseudo-videos de instagram y juzgar la comprensión lectora del prójimo. La atención está dispersa.
Tengo la tendencia a asumir que en un mundo cada vez más alocado, hay personas que sí leen. Leen por distanciarse de un mundo real prosaico y gris. O leen para recuperar la capacidad de atención en un mundo que cada vez distrae más. Leen, también, para pensar diferente, estimular el intelecto y ser mejores conversadores. O para ser mejores que los que no leen. Leer es la nueva resistencia a la crisis del pensamiento riguroso.
No es que la gente ya no lea. En realidad, la gente está leyendo de formas más diversas en longitud, formato y contenido. Además, está mostrando de manera más evidente las consecuencias de lo que lee.
No lo concluiré sin antes barrer para casa: que un texto esté escrito en papel encuadernado no implica que sea necesariamente bueno. Que un texto esté escrito en una revista digital como esta no le resta prestigio, aunque sea breve. De hecho, creo que medios digitales como Dévé están sujetos a otro nivel de exigencia y estándares de calidad. Quien compra un libro al mes en la librería también puede suscribirse a un medio digital que le aporte valor. Es la mejor forma de recompensar el esfuerzo de mentes que buscan fomentar que la gente lea y le vaya mejor.