Cada año contemplo cómo se repite el ciclo de la vida. Septiembre es el nuevo enero. La gente regresa malhumorada de sus trabajos, ya no es tan fácil aparcar —si tu coche no se aparca en un parking privado—. Los medios hablan de la vuelta al cole, uniforme sí, uniforme no. Conciliación, de eso ni hablemos, parece una batalla perdida. Cada vez hay menos niños y más perros, pero cada año sale en el periódico una familia de siete hijos contando su vida, con una radiografía del endeudamiento de los padres pocas páginas más adelante. Libros caros, pero tablets por todos lados.
En LinkedIn hablan los influencers, ponen imágenes y meten el dedo en la llaga sobre si vale la pena trabajar por cuenta ajena. Los videos de Youtube conspiran para que la gente deje el trabajo y se meta a negocios misteriosos por internet para facturar 12000 euros al mes. También los que te dicen que emprendas. La idea es seductora, hasta que se indaga en la vida del autónomo: no tener prestación por desempleo, ni vacaciones pagadas, ni previsión de cuándo entrará el próximo ingreso requiere una buena tolerancia al riesgo.
Mientras, los demás vuelven al trabajo más cansados de lo que se fueron.
La vuelta al cole ya no es lo que era. No sé si es por el sesgo cognitivo de la nostalgia (cualquier tiempo pasado fue mejor). O quizá porque se está perdiendo el sentido del asombro, incluso en los niños. O porque la realidad muestra el declive social, pero en los tiempos post-pandemia hay demasiado en lo que pensar. Más de uno contempla con frustración cómo su jefe le exige volver a la oficina para tener reuniones por Teams y hablar con su jefe por chat. O para tener reuniones que podrían haber sido un email. Por no mencionar la vuelta del síndrome del impostor y otros tantos que regresan a uno en cuanto pone el pie en su lugar de trabajo. «Dejar el relax que nos ofrece el descanso vacacional no es fácil, podemos sentir el regreso a la oficina o a las actividades laborales en casa como algo pesado, estresante o aburrido», afirma Vanesa Barbas, coach corporativa afincada en Argentina. Estamos de acuerdo en que el desánimo es normal.
Hicimos una breve encuesta entre quienes nos siguen en redes sociales preguntando cómo lo hacen para regresar al trabajo tras las vacaciones, qué les ayuda más a recuperar el ritmo y el ánimo. Según esa encuesta, “organizar el espacio” es una de las acciones que más anima. Es llamativo que eso primara por encima de “buscar motivación”, “tomar café” o “no pensarlo”. Organizar el espacio, por cierto, se plantea aquí desde el enfoque más simple, sin segundas interpretaciones. Es ordenar la mesa de trabajo.
Al consultar la preferencia de la gente por ordenar el espacio con Vanesa, esto no le sorprende: «»Como es adentro es afuera» dice la ley de la correspondencia, y coincido. Podemos extender la calma y paz interna generada por las vacaciones hacia nuestro espacio de trabajo, por ejemplo; ordenando el escritorio. Desechar papeles u objetos que ya no sirvan, poner colores bellos que nos inspiran, aromas, fotos de lugares o familiares… En pocas palabras, darle una nueva vida».
Por experiencia, convertir el desorden de un espacio en algo pulcro da sensación de poder y dignidad. En el caso del trabajo, no está fuera de lugar que ordenar el espacio dé un pequeño chute de poder, frente a la impotencia de no tener margen de maniobra en un ciclo laboral que se repite. Vanesa le da otro enfoque: «El orden transmite calma y favorece la concentración». Es cierto que, como ella dice, dan ganas de estar en un espacio limpio, ordenado y bonito: «Algo que me ayuda mucho en los momentos de “tensión” laboral o cuando me siento desmotivada, es conectar con las bellas sensaciones y recuerdos que despiertan en mí los colores, aromas y fotos de mi escritorio».
No obstante, limitarse a organizar una mesa para manejarse en un mes duro sería tan simplista que rozaría lo estúpido. Principalmente, porque la vuelta al cole es un periodo complejo. Añadiré lo que puede marcar una diferencia, desde la perspectiva de personas preocupadas por una sociedad de salud mental fragilizada: comencemos mejorando las conversaciones entre nosotros y con nuestros hijos. Si en el trabajo siempre nos piden más, podemos pedirnos algo más que un “¿Hijo, qué tal el cole?”, para acto seguido oirle unos minutos, interrumpirle y engancharlo a la tablet, los deberes y las extraescolares hasta la hora de cenar. Podemos aspirar a días que no llegues tan reventada a casa que todo te sea molestia, incluso tus hijos. Y si no es mucho pedir, que los hijos puedan oír a sus padres hablar de los conocimientos que expandan su perspectiva y les harán personas de buen futuro y de buen vivir.
Este es un buen año para dejar atrás la creencia de que la tarea formativa de los niños solo la dan los profesores, y ya no importa lo que pase después. No leer, pasar la tarde en el móvil y solo hablar de penurias y críticas a lo que ven en la tele es una forma gris de vivir la vida. Creo que merecemos algo mejor.