Inicio Art Exposición “Picasso Bleu et Rose”

Exposición “Picasso Bleu et Rose”

El Museo d’Orsay exhibe desde el pasado 18 de septiembre, una fabulosa exposición que recoge dos de las etapas más significativas del malagueño Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), sin duda, uno de los mayores referentes del arte del siglo XX, que no necesita de mayor presentación.

Sí quizás, precisan de un marco explicativo los trabajos de estos dos períodos, las denominadas épocas “azul”y “rosa” por la predominancia de dichos tonos en sus lienzos, que capturan la escurridiza y mercurial figura de un joven genio, ya no en ciernes, sino en plenitud de facultades, y eso sí, en una constante e imparable mutación. Poco tiene que ver el clasicista y académico estilo de “Ciencia y Caridad”realizado en 1897, con el (proto-)cubista de “Las Señoritas de Aviñón” de 1907. Nos asomamos así, humildes y respetuosos, a la transformación no sólo de un estilo, sino de una temática y de las propias emociones y circunstancias vitales del artista.

Un recién llegado Pablo Picasso inaugura un siglo de arte en París en octubre de 1900, al que acude por primera vez con ánimo de visitar la exposición universal allí celebrada, junto a su amigo, el pintor Carles Casagemas, donde se exhibía una obra suya: Derniers moments.

Picasso se instala en el taller de Isidre Nonell, un pintor influido por el impresionismo, durante varias semanas, y adquiere también el gusto por pintar con verismo la situación de los más pobres y desfavorecidos. Entre tanto, se producen varios retornos a España, a Barcelona y a Málaga, junto a Casagemas, al que la tragedia pronto perseguirá.

Pese al consejo amigo de Picasso, y los viajes conjuntos que realizan, que le pretenden alejar de las malas sensaciones que le rodean en la capital francesa, Casagemas, se acaba suicidando en el parisino Café Hippodrome, tras atacar y amenazar a varias personas mediados de febrero de 1901, al sentirse despechado y celoso de su amante la modelo Laure (Germaine) Gargallo.

Este suceso se grabará como el más luctuoso en la vida de muchos amigos que le acompañan en los momentos de su ataque y posterior fallecimiento. Y sin embargo, parece que nadie lo sentirá de manera más profunda e intensa que Pablo, que comenzará a dedicar al amigo ya ausente series de cuadros, que le retratarán en su muerte y su entierro. Picasso tomará en su paleta colores fríos, azules, claros y oscuros, profundos que parecen querer alejar el rojo sangre de la herida de la cabeza de Carles, pero que, por el contrario, sumen al espectador que los contempla en el estado de melancolía y tristeza que el pintor malagueño debía sentir al pensar en el compañero ya ausente.

Comienza así el período azul, dos años en los que no sólo se produce un cambio cromático, inédito de forma previa en la historia del arte, al utilizar de manera continuada los tonos fríos del azul como forma cuasi permanente de la ambientación y fondos pictóricos, sino también en un plano psicológico, pues Picasso abandona la línea hiperrealista de forma gradual, para adoptar una simplificación de su línea pictórica similar a la de los post-impresionistas y simbolistas, y un alargamiento de las figuras humanas representadas parecida a las obras de madurez de El Greco, de tal forma que los volúmenes y contornos definidos van a conseguir atrapar al tiempo la emotividad de los sentimientos de aislamiento y soledad sentidos por el artista.

Sus obras se pintarán entre 1901 y 1902, Madrid, Barcelona y París, y si bien en esta itinerancia, abarcan tanto el retrato de sociedad, como la “Mujer en azul”, como el de artistas y familias, a veces por encargo, poco a poco darán voz a una vocación nada escondida de reivindicación social, hondamente preocupada por los marginados, como las mujeres en prisión, las prostitutas de París o las pobres bebedoras perpetuas de la absenta en los cafés, que quizá buscaban como él un refugio y el olvido, en su caso, del amigo que ya no podría volver a recuperar.

La glacialidad y las sombras, toman poco a poco, presa del resultado del pincel de Pablo, más preocupado cada vez por la transposición del volumen con efectos dramáticos y escénicos que de la proporción anatómica, o de la percepción sentimental sobre la exactitud del trazo en el rostro. Y aún así, se nota una noción de dar relevancia tanto a la búsqueda de la realidad como la del signo que subyace en la representación, que nos retiene en su contemplación, la de un espejo frío y a la vez implacable.

Sin duda, la obra maestra pináculo de este período, no son sus brillantes arlequines, o los retratos rigurosos, sino un cuadro pintado en Barcelona, cargado de simbolismo y recuerdo del pasado, pero que abre a la vez una puerta al espacio picassiano, presente y futuro. Se trata de La vie, una pintura cuya compleja composición iba a contar con el artista semidesnudo como uno de los principales personajes, al cual en plena elaboración decide sustituir su rostro por las facciones del desaparecido Casagemas, como último homenaje explícito, que abraza a su amante desnuda, mientras se confronta a una mujer y a su hijo recién nacido, y de fondo observamos a una pareja reclinada sobre un lecho, y más abajo en el centro, a una mujer agachada sobre sí mismo.

Elementos cuasi religiosos que serán muy raros de observar en la obra posterior del artista, están mezclados con otros bien nihilistas, o de sincera contrición. Y no sólo eso, sino que al parecer Picasso reutiliza el lienzo de Derniers moments (últimos momentos) para La vie (La vida, nótese la ironía), enterrando también así al tiempo de un plumazo, a la vez su aprendizaje pictórico de academia y el recuerdo de Casagemas. Es un cuadro que sigue desafiando descripciones e interpretaciones. El pleno reflejo de un artista, que ha vivido tanto en la penuria material como la del corazón, y que, en aquel momento, como decía de él su amigo Jaime Sabartés, de forma plena “…cree que el Arte es hijo de la Tristeza y del Dolor”.

Una vez sumido en entre los azules, otro Picasso va lenta pero progresivamente emergiendo de ellos, y va recuperando el ánimo,  quizás porque el pragmatismo le hace reconocer que, sólo así, y mudándose de forma permanente a Francia, dónde encuentra tanto más facilidades para exponer su obra como más resonancia en su exhibición (y porque no decirlo, en su venta e ingresos), su reputación artística podría superar de forma definitiva las fronteras de su país de origen.

Así, en abril de 1904, se muda al inmueble de Bateau-Lavoir en el parisino barrio de Montmartre, en el antiguo taller del pintor español Paco Durrio. Pablo comienza otra vida nueva que, aunque acoge a amigos antiguos como el pintor Ricardo Canals, también da paso a amistades con intelectuales y autores franceses como André Salmon o Guillaume Apollinaire. La casa-taller de Pablo en París se torna una cita permanente con el arte, como él mismo inscribe en ella, Au rendez-vous des poétes: al encuentro de los poetas.

Esos intercambios vuelven a transformar su paleta, y pese a que trata de nuevo sobre las condiciones duras de la gente humilde, en este caso de los artistas circenses, tonos rosa pastel se cuelan en sus aguafuertes y sobre todo, en los lienzos de sus óleos, hasta que al final expulsan al primario azul. El lirismo del fruto de sus dedos escenifica la piedad, desnudando y desdibujando los fondos hasta vaciarlos de paisajes, en favor de una fijación casi detallista de la figura, todo ello, para comenzar a amar aquello para lo que su joven vida previa no le había preparado. Poco a poco aperecen unas hasta ahora inéditas «joie de vivre» e inquietud por plasmar todo aquello diferente de sí mismo y sus vivencias como persona, cargado en esta labor con una pasión de una naturaleza casi existencialista.

Fruto de este período, quizá ninguna obra destaque tanto de forma singular como “La Vie” en el período azul, pero desde luego no se pueden dejar de nombrar y mirar con éxtasis el “Acróbata con balón (ó Muchacha con balón)”, “La familia de saltimbanquis”, y “Familia de acróbatas con mono”, y un cuadro, quizas no tan logrado, pero con el cual su fama comienza a cruzar el Atlántico, el famoso “Retrato de Gertrude Stein”.

Poco a poco, de nuevo, a partir de 1906, algo más se mueve en el estilo de Pablo. Sus lienzos toman dimensiones cada vez mayores, gigantescas, sus tonos pasteles, varían hacia el ocre y el rojizo, y sus cuerpos ya no sólo se estilizan, sino que contornean aún más y experimentan para perfilarse de formas más primitivas, como las figuras más achatadas, de las zonas de los trópicos reratadas por las obras de Gauguin y Cezanne, de forma que estén casi sumidas en un primitivismo tendente a un resultado escultórico.

Picasso está preparándose para adoptar como propias, con un trazo más intenso y peculiar aún en su línea, influencias del africanismo y las formas descompuestas en geometrías casi planas para las figuras humanas o animales, que pronto caracterizarán el cubismo. Obras como “Dos mujeres desnudas” serán la puerta al abrazo de esas hoy damas de Aviñón (quizá mujeres de mala vida sí, pero ya inmortales) , con las que joven Pablo de forma sucesiva, desconcertará, impresionará y al fin, atrapará la atención del mundo, ganando su merecida fama universal.

A FAVOR:

  • Ser la mayor y más completa retrospectiva realizada en las últimas cuatro décadas sobre los renombrados períodos rosa y azul de Picasso, pues resulta monumental.  Y será, probablemente, irrepetible.
  • Descubrir la firmeza del trazo inicial del artista, que mantendrá siempre e incluso intensificará, y también la oportunidad de admirar su afán de experimentación y descubrimiento continuo en el margen de seis años; de 1900 a 1906, dónde nos parece casi cuatro artistas distintos, y todos ellos podrían pasar a la posteridad del arte por los méritos y expresividad de sus obras.
  • La fascinación que nos produce un periplo vital como el de Pablo Picasso, que va introduciendo poco a poco en su juventud el calor y la humanidad en sus obras, a raíz de sus complicadas vivencias paralelas a su ejecución. Es una síntesis de aprendizaje vital y artístico, que se autoalimentan y crecen de manera admirable, sorprendente, y es aquí se hace sentir el buen hacer casi familiar de la coproducción de la exposición del museo nacional Picasso-Paris con el de Orsay, al dejarnos tan grata sensación.

EN CONTRA:

  • Las colas para entrar, que quizás irán desapareciendo poco a poco hasta el final de la exposición previsto para el 6 de Enero del año que viene.

Fotos: David Villalmanzo

Google search engine
Artículo anteriorIñaki Barrón: “Se echa de menos en la ingeniería la filosofía y la capacidad de argumentar”
Artículo siguienteMarc Guerrero: “Ser emprendedor es el trabajo que más control requiere”
Ingeniero civil. Ahora trabajo sobre caminos de hierro, pero el resto del tiempo busco tender puentes con otros ámbitos y profesiones, además de transitar por sendas culturales y de ocio. Mi lema es que siempre hay nuevas formas y tiempo para aprender, y también para enseñar.

¿Qué opinas? Hablemos.