El pintor danés Wilhelm Hammershoi (1864-1916) solo consiguió el reconocimiento merecido después de su desaparición, con solo 52 años. Con el uso de la simplicidad y la intimidad. Con la casi monocromía, de apenas tonos grises, blancos, negros y amarillos ocres. Mediante juegos melancolicos de luz y poesía del silencio. Usando los misterios de su arte, silenciosos, mínimos y sin embargo, intensos. Y debido a que sus imágenes tocan a quien las ve de manera muy profunda. Muy adentro. El Museo Jacquemart Andrés acoge entre el 14 de Marzo y el 22 de Julio de este 2019, la mayor exposición en 20 años sobre el maestro nórdico en París. Indagamos en ella y en su autor.
Afortunadamente recuperado como figura de referencia en la decada de los 90 del pasado siglo, Wilhelm Hammershoi representa la esencia del artista de solidos principios y personalidad propia. A contracorriente con sus contemporaneos impresionistas, o de los más tardíos vanguardistas, él mantiene la figura y proporciones, y la definición de la luz. todo en él sabe a un clasicismo auténtico y radical.
Mirando a Vermeer o a Whistler, su pincel sin embargo, apaga el color, y se vuelca en un afan de interiorismo minimalista, con caridad gélida, que toma en sus retratos con componente casi pscológico, cuando no de ocultar lo retratado, con figuras de espalda. Sus paisajes, muchas veces basados en la danesa isla de Seeland, optan casi siempre por la austeridad y grandeza en la perspectiva, líneas de arboles desnidos, despojando de la naturaleza cualquier elemento de grandeza monumental, presencia humana o actividad pintoresca. Todo nos dice de él, que amando la universalidad del arte y del entorno salvaje, prefería además el refugio del hogar y la vida sencillas.
Su círculo íntimo, salido de su casa y sus estudios desde muy temprana edad en la Real Academia de Bellas Artes de Copenhague y en la más progresista escuela Frie Studieskoler, era el de su familia, con su madre Frederikke, que potenció su gusto y estudios artísticos, su hermana Anna, y ellas posarán para él desde su juventud. Además de su hermano, Svend, se unirán a él en su afán pictórico sus amigos de estudios, Carl Holsoe y Peter Ilsted, todos ellos también compañeros de profesión. Este último se convertirá a la postre en su cuñado, cuando Wilhelm contraiga matrimonio con su hermana Ida Ilsted a los 27 años.
Es Ida, aparte de sus autorretratos, precisamente el objeto de sus primeros pasos artísticos de cara al público, y en 1890, la simplicidad de su retrato, ya marca diferencias con las producción de sus contemporáneos. A ella vuelve de nuevo más tarde ya en 1895, cuando con Tres Mujeres Jóvenes, la vuelva a representar acompañada por sus cuñadas. El gusto por el hogar, los elementos próximo, y sin embargo, casi ausentes de la presencia de los otros alrededor y aislados entre sí, marcan las señas de identidad del autor.
Este aspecto impresionante, a la vez que profudamente extraño y frío, vuelve a sentirse en Cinco Retratos (1901-1902), obra que el propio autor considera su obra maestra definitiva, donde la escena nocturna de las cinco figuras, juntas, pero no en cuanto a sus actitud frente al espectador, pintada en un efectivo chiaroscuro, nos sume en cada una de sus preocupaciones individuales. Similar a un efectivo escalpelo social, usa como otros artistas escandinavos, la profundidad necesaria para mostrar a cada personaje como es. Es probable que gracias a las populares obras de teatro en la época de Strindberg o Ibsen sus inquietudes tengan raíces y preocupaciones internas muy similares.
Ya más maduro, Hammershoi viajó a París y a Londres, para admirar cuadros en sus renombrados museos, y también para hablar con los grandes marchantes de arte de la época, como Paul-Henri Durand. A la vez, Wilhelm aprovechaba para pintar paisajes urbanos como lugares y edificios, adoptando la misma técnica de sus obras de la naturaleza: fondos difusos, y fantasmales, vacíos de personas, como muestran obras a la manera de sus perspectivas de La Iglesia de San Pedro en Copenhague (1906) o La Escuela Judía de Guilford Street (1912-1913).
Su aproximación a la pintura de desnudo, poco conocida, es singularmente de caracter anatómico y escultural, clínica, ausentes sus bocetos y cuadros de casi cualquier intención o apunte eróticos. Utilizando solo gamas de grises y fondos neutros, sus modelos se representan con clara intención, con el rostro cubierto por de pinceladas y trazos que aseguran su anonimato. Solo en su Mujer Desnuda (1910) podemos observar el rostro de la modelo.
La sobriedad es siempre una de su mejores bazas, y por supuesto la que utiliza en su serie más conocida de pinturas, aquellas que desde 1888 tienen como objeto reflejar salas, sobre todo las de su apartamento conyugal en Copenhague, o el propio edificio en que se alojaba, situado en Strandgate 30. Al contrario que muchos hogares daneses, repletos de muebles bien labrados u objetos decorativos, la casa de los Hammershoi, posee una decoración mínima, donde la presencia de libros, pinturas y objetos es selecta. Residencia, a la vez que estudio, Wilhelm hasta retirará en ocasiones algunos elementos para vaciar más los fondos y evitar la presencia de cualquier elemento superfluo.
Es aquí, donde su reflexión y sobria aproximación, harán más evidente su dominio sobre la luz en los espacios cerrados. Los retratos abundan en los fondos casi blancos de sis superficies, con la presencia de su esposa Ida, sentida casi como una silueta presente, pero absorta en sus tareas cotidianas, suspendida en el tiempo, y en ocasiones, vuelta de espaldas, ajena conscientemente al propio retrato, dando una imagen opresiva y misteriosa. Tales son los casos de Interior con Mujer de Pie (1899) o Interior con Mujer vista de espaldas (1904).
Su experimentalidad vacía con sutileza los espacios, y su pincelada cada vez precisa, definida y suave, le permite jugar con la luz y los efectos de los reflejos en su superficies, muchas veces mates. A veces a través de ventanas, la mera transmisión de vibraciones y halos, que a medida que pasa el tiempo toman un cariz más sereno.
Hay que aplaudir esta iniciativa conjunta del Statens Museum for Kunst, el Nationalmuseum y la Thielska Galleret sueca y los museos de Orsay y el Tate londinense, y sobre todo de la colleción de arte danés del embajador John L. Loeb Jr, que nos vuelven a acercar al trabajo de un Hammershoi sobrio, estático y a la vez eterno, reflejo de un tiempo pasado, que sin embargo que no afecta o conmueve a la propuesta de atemporalidad y belleza de su creador.
Fotos: David Villalmanzo