El cierre de las salas cinematográficas en buena parte del mundo a raíz de la expansión de la pandemia del COVID-19 ha llevado a la industria a cancelar todos los estrenos previstos durante los meses de marzo a junio de este año. Esto ha impedido llegar al público en su espacio natural muchos eventos muy esperados, así como películas pertenecientes a la anterior temporada, que esperaban su premiere mundial en esta ventana de exhibición tras recibir algunas menciones, pero no pertenecer al grupo de las películas más galardonadas. A esta última categoría pertenece «Un amigo extraordinario» (A beautiful day in the neighborhood, 2019), una pequeña joya realizada por la directora Marielle Heller, que rememora la figura del presentador televisivo y educador infantil Fred Rogers, célebre en los Estados Unidos como artífice del espacio de la productora WQED Mr. Rogers’ Neighborhood a lo largo de más de 30 años. Disponible ya en diversas plataformas, es una agradabilísima sorpresa muy recomendable por su originalidad y capacidad de emocionar.
Basada en la historia de la concepción y escritura de un artículo en 1998, en la revista de espectáculo y variedades Esquire sobre Fred Rogers, Un amigo extraordinario descubre al espectador no norteamericano, a un entertainer fuera de lo común. Humilde, sereno y extraordinariamente capacitado para entender a la infancia, Mr. Rogers, aquí interpretado por Tom Hanks en una gran actuación de reparto, acudía a la pequeña pantalla para comunicarse con los más pequeños de la casa.
Por cierto, tenía algún aspecto formal con otros espacios que compartían antena, en el sistema público americano de televisión (PBS) como Barrio Sésamo (Sesame Street) con historias ambientadas en una casa-estudio que se interpretaban mediante maquetas, marionetas, muñecos y personajes interpretados por actores. Pero donde Jim Henson cubría escalas formativas muy básicas en la vida de barrio mezcladas con entretenimiento puro, Rogers conectaba con su audiencia de forma igualmente entrañable, abordando con sutileza temas en general mucho más profundos, como la ruptura familiar, los malos tratos, la pobreza, la falta de autoestima, el racismo o la muerte de los seres queridos.
El programa de Rogers hizo popular a su hacedor y a su canción de introducción, conocida en todos los vecindarios de América. Elevado en los altares ya en vida, Fred (además de presentador músico autor de 200 canciones) también participaba en un gran número de causas sociales y era una especie de santón para el gran público. Sí, un héroe popular a veces tomado por demasiado simple, para aquellos que no profundizaban más allá de lo que veían en su televisor en aquel programa, sobre todo si no prestaban atención a sus entrevistas y declaraciones en otros espacios y medios distintos.
Cuando Tom Junod, el redactor de Esquire, encargado de aquel trabajo que aquí se recuerda sobre la glosa de Rogers fue elegido, no dió crédito. Su perfil de entrevistador e investigador duro sobre asuntos turbios no cuadraba con hacer un reportaje de esta personalidad ejemplo de la bondad. De hecho, el representante de Fred, Bill Isler, no aprobó su elección quedando a cargo del propio entrevistado. En ese choque de contrarios se sustenta buena parte del film de Heller, donde Junod es sustituido por el ficticio personaje del protagonista Lloyd Vogel (interpretado por Matthew Rhys, protagonista de la serie The Americans).
Además de con cierta desconsideración por parte de sus compañeros de profesión, Vogel lidia esta ficción con dos asuntos familiares que le inquietan: uno, cierta crisis en la familia que ha formado con su mujer Andrea (Susan Kelechi Watson), al nacer su bebé Gavin, y más importante aún, la necesidad de huida de sus parientes más cercanos, como su hermana Lorraine o su problemático padre Jerry (Chris Cooper). Cualquiera de las dos cuestiones, si resulta mal manejada puede llevarle a una espiral de autodestrucción, sobre todo si deja llevar por el miedo, odio y resentimiento cada vez que ve a su progenitor, con el cuál interrumpió casi toda comunicación hace ya años.
Es la ficción y la interpretación positiva o menos traumática de la misma, el punto de vista que asumirá Fred Rogers para llegar a conocer y comunicarse con Lloyd Vogel. En esta situación no dudará en usar las mismas herramientas con las que habla a los niños para tratar de ayudar al adulto que es Lloyd, que arrastra conflictos no resueltos desde su juventud, que amenazan su reciente paternidad. Sin paternalismos, sino con dulzura y persistencia, prestándole la atención que necesita rogando en primera persona por Lloyd y por su familia.
Y el éxito de esta película está en que tratando de huir de la mera representación biográfica, son la imaginación y la sinceridad de un Rogers que encarna con exactitud, paciencia y bondad en una de sus mejores interpretaciones de los último años de Hanks; las que se nos muestran, sin embargo, en plenitud. Los viajes y visitas entre las ciudades donde viven, Pittsburgh y Nueva York, están hechos con las mismas maquetas de su show, y hasta una secuencia onírica, casi una pesadilla, usa el mundo fantástico de Make-Believe de Rogers como marco de las aventuras de su protagonista.
Huyendo de maniqueísmos en lo posible, el film aborda de frente la figura de un hombre bueno, que quiere hacer de otra persona, alguien mejor y más feliz. Sanarle, no por pena o caridad, sino por compromiso personal, casi ético con todos los demás de su especie. Pero no con una humanidad abstracta, sino casi con cualquier persona con nombre y apellidos que se cruce por su camino. Y no es un hombre ajeno al dolor o un santo, sino alguien como nosotros, con su propia pena y dolor, pero también con su forma personal e inocua hacia el resto para expresarlo.
El perfil de Mr. Rogers, ya había sido objeto de una reciente revisión en el fenomenal documental ¿Quieres ser mi vecino? (Won’t you be my neighbour?, 2018), donde se exploraban las fortalezas, pero también los momentos de duda que albergaba una persona que no interpretaba a un personaje, sino cuya personalidad en escena era la misma que en vida privada, con todo el dolor y vulnerabilidad que ello encarna. Su retirada temporal también tiene un lugar explicado en esta ficción donde Hanks no parodia el tono, la voz y la apariencia de Fred, sino que las retoma sin imitación, con gran respeto.
Aquí, además, el ingenioso guión de Micah Fitzerman Blue y Noah Harpster (creadores de la serie Transparent), busca en estas coordenadas pero también en otras direcciones que esconden espacios para la reflexión. Es un film donde oímos, gracias a su uso magistral, el silencio y el sonido de las manillas de los relojes de pared o de mesa mientras se dialoga. Quizá de los mejores en ese sentido en los últimos años del cine norteamericano. De hecho, el cinéfilo se quedará para su memoria con un minuto de silencio y la sensación de unos ojos que rompen la cuarta pared y le miran, casi desnudando su alma, en un momento de verdad para y con los espectadores.
Marielle Heller, la realizadora, ya había manejado con notable habilidad sus dos anteriores ficciones. Tanto su debut The Diary of a Teenage Girl (id, 2015), que contaba la historia de una artista adolescente y su despertar sexual en el San Francisco de los años 70, como su segunda realización ¿Podrás perdonarme algún día? (Can you ever forgive me?, 2018), donde contaba la fascinante historia de Lee Israel, la escritora y falsificadora de cartas de escritores, ayudada por dos buenas interpretaciones muy reconocidas de Melissa McCarthy y Richard E. Grant, mostraban su buena mano en dos apartados: la adaptación heterodoxa de guiones basados en historias reales y la buena dirección de actores.
Su tercera película refuerza todo lo bueno ya visto en ellas, pero lo combina y mejora, usando la animación y la ficción dentro de la ficción, en formas aún más elevadas de narración, y a la vez, escenas reales satisfactoriamente emocionales sin sesgo de manipulación. Probablemente Heller cree ella misma y con convicción en el espíritu bueno de los hombres, pese a todos sus actos, y que la redención como en su personajes, se da entre la relación de padres a hijos, en como nos conforman, y como podemos cambiarlas y mejorarlas. Eso se nota. Es aún una relativamente joven directora a seguir, pero seguramente si sigue en este nivel de inspiración será capaz de empresas aún mayores.
Quedémonos por último con unas reflexiones importantes del film. Todas las personas son importantes. Son especiales y diferentes porque son únicas entre sí. Necesitan de nuestro reconocimiento cuando acometen con éxito grandes tareas, pero también de perdón y consuelo, cuando fallan o cometen actos indignos de sí mismas. Si todos los seres humanos fuésemos como Fred Rogers, la humanidad sería sin duda mucho mejor sitio para vivir. Y por encima de todo, lo necesitamos para poder convivir mejor con nosotros mismos. Vean la película uno de estos días en cualquier ventana o plataforma digital disponible y háganse un favor. Les hará mucho bien.
Copyright fotos: Big Beach/Sony Pictures