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El maestro jardinero: Las flores de la redención

A primera vista, Narvel Roth (Joel Edgerton) parece solo un profesional estricto que dirige la actividad hortícola de los jardines de la finca Gracewood del estado de Luisiana, propiedad de la madura Sra. Norma Haverhill (Sigourney Weaver). Un hermoso lugar que parte de ser una monumental residencia sirve para la producción y venta de hermosas flores. Narvel se responsabiliza de la belleza de la plantación consiguiendo con ello todos los posibles y armoniosos colores en la enorme parcela. 

Sin embargo, la entrada de Maya (Quintessa Swindell), una joven trabajadora de color relacionada con la dueña como aprendiz en la actividad diaria, hace surgir nuevas sensaciones en Narvel. ¿Será Maya la única causa? ¿O influyen los encuentros regulares de Narvel con un tal Óscar (Esai Morales), quizás amigo, confidente o vigilante a solas en un café de carretera? ¿O es más bien algo más siniestro y oculto que ata como una obligación esta vida de deber profesional aparente y que vuelve a emerger? 

Estos son los puntos de partida de la apasionante y sureña historia que el realizador Paul Schrader (1946, Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos) plasma en pantalla en El maestro jardinero (Master Gardener, 2022). Con esto vuelve a uno de sus temas preferidos: la caída y salvación de los seres humanos. Un thriller magnético a la vez que una fábula llena de exuberancia, color y generalmente optimista. Lo que constituye una novedad en la larga carrera de un autor caracterizado por su realismo pegado al suelo.

Martin Scorsese y Paul Schrader: una colaboración mítica 

Si la mayor parte de los cinéfilos tuvieran que nombrar a dos cineastas que, desde su aparición a finales de los años 60, hayan tratado la redención de los hombres como hilo conductor de buena parte de su filmografía, estoy seguro de que la mayor parte escogería a una singular pareja. La conforman el maestro Martin Scorsese y el guionista de sus grandes obras maestras Taxi Driver (íd, 1976) y Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), precisamente Paul Schrader.

El joven educado en una estricta fe calvinista, convertido en prometedor escritor de cine desde los 28 años, a través de su brillante libreto de Yakuza (íd, 1974, Sydney Pollack), se asoció con el neoyorquino dando lugar a dos largometrajes imperecederos. De esos que marcan a fuego a los profesionales y aficionados. Sin embargo, su colaboración quedó interrumpida desde La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988) durante años, hasta final de siglo, con otra película como Al límite (Bringing out the dead, 1999), que contenía secuencias tan buenas como para rivalizar con parte de su trabajo en común. 

La reafirmación de sus voces autorales independientes de esa simbiosis los separa definitivamente. De esa búsqueda, de esos trabajos posteriores, parece probarse que Scorsese sigue brillando a su edad (más avanzada) con grandes films de madurez, entre ellos Infiltrados (The departed, 2006), El lobo de Wall Street (The wolf of Wall Street, 2013) o El Irlandés (The Irishman, 2019).

Un escritor que se dirige por necesidad

Schrader pasó bastantes años, desde la década de los 90, casi perdido entre realizaciones menores. Sin embargo, ha escogido contadas ocasiones para levantar notables trabajos de retratos de personajes (usualmente masculinos, por cierto) en el camino del cambio, alejados del prototipo de historias de su colega italoamericano. Películas en las que sigue la senda de otras inspiraciones: la de maestros europeos como Max Ophüls y Robert Bresson.

Ha escrito para ello libretos que, por su sensibilidad y fina delineación entre lo trágico, lo místico y lo ridículo, muchos cineastas evaden. Y entonces solo queda él, un independiente entre los independientes para ponerse tras la cámara e interpretar esa visión tan suya. Entre esas miniaturas maravillosas, brillan por su claridad de exposición entre su travesía de lo tenebroso Posibilidad de escape (Light sleeper, 1992), Aflicción (Affliction, 1997) y su díptico más reciente, comenzado por su quizá mejor película, El reverendo (First reformed, 2017) y El contador de cartas (The card counter, 2021).

La historia de este jardinero se une a las dos anteriores por méritos propios. Si en ellas, Ethan Hawke y Oscar Isaac tomaban los mandos de los personajes protagonistas, aquí es el australiano Edgerton el que ostenta el rol principal con bastante carisma. Narvel está al inicio del film sólo a la mitad del camino de su recuperación, aunque él crea que ya estaba terminado. La aparición de Maya va a ser el catalizador para llevarle hasta el destino de esa tortuosa carretera que le llevará, al fin, a adoptar su verdadera identidad.

Viejo autor, nuevos temas

El tono positivista no es la única novedad de Paul Schrader en su película, pues uno de los puntales de la narración es que versa sobre el racismo. A veces explícitamente presente y otras veces soterrado, pero profundamente arraigado en cualquier caso en la sociedad sureña estadounidense, aparece como un fantasma que sobrevuela todo aspecto de la película. 

También es nuevo que muestre, de una forma más pausada y poética, tanto los arranques de violencia como los de pasión amorosa que serán parte del bagaje de Narvel que lo lleve otra vez al punto de partida, a Gracewood, pero como una persona cambiada, distinta y sin duda, mejor; una vez que Narvel ha combatido la herencia de pasado, sus creencias y sus adicciones, otros de los temas recurrentes en la larga carrera del director americano. 

Aparte de una sutil narración, su potente realización y el buen reparto, existen en El maestro jardinero otros factores diferenciales del resto de la obra del de Michigan. Destaca la espléndida fotografía de Alexander Dynan que refleja de forma primorosa los jardines y los talleres florales, pero también la oscuridad de los ghettos de las ciudades del sur y las carreteras locales. Y envuelve la música compuesta por Devonté Hynes (aka Blood Orange), que aumenta ese efecto hipnótico que siente el espectador, al que queda subyugado al acabar este largo durante sus títulos de crédito.

Y es que, esa sensación remanente es tan fuerte como el olor del polen y la fragancia de las flores. Es ese regusto que queda en tu cerebro. Curiosamente, en un tono ilusionado, como si la dimensión torturada típica del director se hubiera disuelto entre esas esencias. Y no obstante, con un mensaje tan marcado y humanista como un tatuaje de tinta sobre la piel que borre cualquier otra mancha anterior.

Imagino que muchos espectadores van a pensar durante ese final en otro largo de hace 25 años, protagonizado por Edward Norton, con el que tiene muchos puntos en común.  Y en la comparación de ambos, quizás este último palidezca algo. A ojos de este crítico no resulta lo más importante. Lo primordial es cómo Schrader maneja este pequeño universo de personajes de forma vital y creíble. En la forma en que solo un buen conocedor del alma humana puede hacerlo, impresa en fotogramas.Fastuosa y seca al tiempo, El maestro jardinero es otra obra de referencia para el bagaje de un cineasta veterano, pero único, de los que crea escuela cuando estrena.

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Ingeniero civil. Ahora trabajo sobre caminos de hierro, pero el resto del tiempo busco tender puentes con otros ámbitos y profesiones, además de transitar por sendas culturales y de ocio. Mi lema es que siempre hay nuevas formas y tiempo para aprender, y también para enseñar.

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