Inicio Cine ¿H&M o Balenciaga? De la discriminación e insostenibilidad por la vía de...

¿H&M o Balenciaga? De la discriminación e insostenibilidad por la vía de la moda

¿Significa comprar ropa de una marca identificarte con ella? ¿Supone la adquisición de estos productos o la participación en su comercialización la adopción de sus valores? Te confieso, lector, que estas y otras cuestiones surgían en mí a medida que procesaba El Triángulo de la Tristeza, última película del doble ganador de la Palma de Oro, Ruben Östlund. 

Soy consciente de que la mayor parte de los espectadores se centrará en los momentos antológicos (y escatológicos) de esta tragicomedia en tres actos. No obstante, no es todo lo que hay que apreciar. Aquí cambia y mete en juego muchos más elementos, entre ellos, juicios a la dependencia económica en el seno de la pareja, a la sociedad capitalista y oh, sorpresa, cómo la amoralidad renta en estos ambientes. 

Los aciertos de Östlund

Escogiendo a un modelo masculino (Harris Dickinson) y a su pareja, otra maniquí (la recientemente fallecida Charlbi Dean) como protagonistas centrales, Östlund acierta de pleno. Pone en evidencia cómo en una situación de supervivencia básica nuestra jerarquía de prioridades y nuestras lealtades cambia para atender necesidades tan primarias como las de las ya antiguas teorías piramidales de Maslow. 

La paleta de asuntos es mucho más amplia (y todo sea dicho, el trazo y el tono es bastante más grueso que en sus anteriores películas). Por eso, no es un largometraje perfecto. Pero aparte del valor cinematográfico de sus imágenes y la provocativa narración que contiene, una vez estrenada la semana pasada, parece un buen momento para abrir cierto debate y reflexión sobre otro de sus planteamientos.

También debería leer: Los Fabelman: La sombra platónica de una familia rota.

Lo desatado por El triángulo de la tristeza

Rebobino para ti, amado lector. Volvamos a mis preguntas iniciales. O más bien, a qué las suscitó. Todo proviene de la escena inicial de El triángulo de la tristeza: un casting de un conjunto de modelos masculinos con el fin de participar en una campaña publicitaria. 

En cierto momento, el fotógrafo presente ensaya con los escogidos su rango emocional para posar en imágenes. Y no se le ocurre otra cosa que asociar enfado a estar representando a una marca supuestamente barata como H&M y felicidad a otra tan presumiblemente de prestigio como Balenciaga.

De un gag tan básico y que funciona tan bien en pantalla, parece que no puede deducirse sino simplicidad. Pues, ¡error, queridos amigos! No es tan inocente lo que aquí se plantea. Vestirse ha pasado de ser, gracias a la evolución humana, de una necesidad esencial de calor y protección a algo tan evolucionado como para adoptar los conceptos de moda y estilo.

Dentro de esas coordenadas, está claro que, desde dicho momento nacido de la civilización, cualquier cliente que entra en una tienda de ropa es juzgado por su aspecto por aquellos que le atienden desde el primer instante. Si viste con humildad, es probable que las expectativas de los vendedores sean bajas sobre sus futuras adquisiciones, y viceversa.

El siguiente paso tradicional será otra valoración más. Cuál es el objeto de sus preguntas y deseos. Dichas cuestiones, las primeras que verbalizarán e intercambiarán de verdad sin prejuicio entre ambas partes, modularán la impresión inicial. Y aún habrá uno último también por lo general, si se plantea cómo tratar la prenda para su mejor limpieza y durabilidad.

Los posteriores, sin embargo, son más complejos y han empezado a insertarse en la conversación solo en tiempos recientes. Y es que, en algunos casos, sobre todo los de los más pudientes, se planteará saber también cómo se ha fabricado la ropa, si se hizo respetando cánones éticos, si los materiales empleados los más sostenibles, e incluso, cuál ha sido el grado de emisiones a la hora de elaborarlos.

La estratificación de la moda

Preguntas paradójicas, pues parece que aquellos con menor capacidad adquisitiva, se van a ver de partida, obligados a contribuir a la insostenibilidad en general de la producción textil y a ahondar en una insatisfacción personal ya preexistente por sus menores posibilidades de elección. 

Resulta curioso que en estos tiempos tengamos asumida esta situación, cuando parece que no suma más que otro grado más a la discriminación que supone no vestir una marca o bien tener que resignarnos a tenerlo que hacer con una de aquellas que representa la gama más barata. Además, todo indica que deberemos sentirnos responsables de forma indirecta de la irresponsabilidad de los proveedores de la parte baja de la cadena.

La respuesta social para evitar un nuevo elemento de desigualdad en este campo puede hallarse también en el mundo de la reflexión. Deberíamos recordar que como defendió en 1965, el catedrático José María Valverde, Nulla aesthetica sine ethica, es decir, que no puede haber estética sin ética. 

Un mercado como el textil, puede estar necesitando de urgencia una regulación armonizada en este campo, que permita la existencia de garantías éticas y de sostenibilidad mínimas y cuantificables sobre su producción y distribución. También sobre las condiciones mínimas de los que trabajan para su comercialización.

La sociedad y la moda

Solo con esos elementos aplicados de forma gradual, pero sin descanso y masiva, en grandes mercados como el europeo o el estadounidense se podrían garantizar ciertos factores de igualdad y de mercado verdaderamente competitivo que permita una libre selección de los consumidores. Además de empezar a evitar fábricas deslocalizadas en el tercer mundo que trabajen en condiciones insalubres o de semiesclavitud, prevenir emisiones de contaminantes en estos entornos… 

¿Representan esos debates elementos apreciables en la conversación intelectual? Es posible. ¿Están presentes como importantes en la mentalidad de los que nos gobiernan o de nuestra sociedad en general? Probablemente, no. Sobre todo, ¿es frívolo hablar de la moda como actual elemento de contaminación sociológica o de aún mayor discriminación más allá de ser un elemento más de monetización en un mercado ultraliberal y altamente competitivo? Pues, a la luz de lo expuesto habrá que irlo considerándolo de la forma apropiada.

El gran tema de fondo de Östlund y su Triángulo… quizás no sea el hecho de criticar lo efímero de la riqueza o la belleza como valores dominantes de nuestra sociedad frente a situaciones de extrema necesidad. Más bien, lo sea el mantener una cierta cadena de valores que debe acompañar como mínimo a dicha sociedad para garantizar su respetable camino sin recurrir a soluciones inverosímiles o poco aceptables para los individuos. Modernizando al profesor Valverde hoy quizá lo prudente sea decir, Nulla societas sine ethica. Ni sociedad, ni tampoco moda.

Continuar leyendo: Cuando tu modelo de negocio se basa en la adicción

Google search engine
Artículo anteriorCómo calmar tu mente cuando la meditación no es lo tuyo
Artículo siguiente¿Puedo hacer amigos a mi edad?
Ingeniero civil. Ahora trabajo sobre caminos de hierro, pero el resto del tiempo busco tender puentes con otros ámbitos y profesiones, además de transitar por sendas culturales y de ocio. Mi lema es que siempre hay nuevas formas y tiempo para aprender, y también para enseñar.

¿Qué opinas? Hablemos.