Venía muy cansado, pero con cara de satisfacción. Efectos de dos días en San Sebastián, atendiendo a la prensa que sólo parecía tener elogios para su nueva obra cimenatográfica Quién lo impide, un híbrido entre el documental y la ficción de casi cuatro horas de duración. Un artefacto entretenídisimo, inmersivo y lleno de vida. En esa especie de feliz duermevela, nos recibía en la terraza al descubierto del Hotel Maria Cristina, Jonás Trueba (Madrid, 1981), mientras nos describía su dura jornada en la que afirmaba sufrir un bajón, dado que según él mismo estuvo toda la mañana de su primer día en la capital donostiarra dando tumbos.
¿Qué piensas de la acogida de tu película en este Festival de San Sebastián?
Dicen que es buena, estoy un poco que no he leído nada, no he visto nada, porque tampoco me gusta. Es un poco un problema cuando estrenas película, te puedes volver loco fácilmente, tiendes a pensar que la película es el centro del mundo. Pero bueno, muchos amigos me han escrito diciendo “oye qué bien, estoy leyendo cosas muy buenas”…
Creo que te puedo decir entre los medios, sean pequeños o grandes y el público que voy preguntando, todos son voces positivas. Muchos hablan de la película del Festival…
Que bien, gracias, qué alegría me dais. No era evidente nada, ni la película, ni estar aquí. Entonces todos recibimos las noticias con más sorpresa. Mi distribuidor me lo dijo: “A veces, una película así, de pronto en un festival cambia su transcurso porque se diferencia mucho de todo lo demás”.
Todos esperamos ese «mirlo blanco» en los certámenes y yo creo que en este caso ha pasado, por duración… ¡por ser una película inclasificable! Si algo deja, es la impronta de hacer un cine distinto, diferente, lo que todos queremos descubrir en los festivales. Tu artefacto, cogida esta definición de diccionario, es así. Algo perturbador, pero que sirve para ver algo nuevo. Es la Película de Donostia.
Pues qué bien que lo digan así. También lo digo a veces: esto es un bicho raro. Ayer, fíjate, fue la primera que la he visto con público, ya no sé si la volveré a ver. Porque también estoy agotado de todo el proceso que ha sido el montaje, y claro, al verla de pronto con gente tomas una conciencia final de la película que es muy fuerte. Hay mucha gente aquí de pronto viéndola y que aguantaron los intermedios. Como la entendieron y ahora dices: “¡Qué locura de película, qué disparate!”. Yo también me reía. Decía: “¡Madre mía cuánta gente hay aquí, qué maja es la gente!”. Es una película imprevisible. Y eso mucha gente no lo lleva bien, el espectador quiere la comodidad, quiere la tranquilidad de decir «¡Ah, vale! Esto va por aquí, ya me hago una idea, bien o mal». Esta película no funciona así. Le estás pidiendo al espectador no sólo la exigencia de la duración, sino también un pacto que asume. que la película va cambiando en su transcurso.

Me gusta ese concepto que tiene de «película río». Esa metáfora puedes extenderla a que tiene muchos meandros. Entre ellos, los intermedios, precisamente las pausas son otro hito en el que prestar atención. En los que la gente salía de la sala, comenzaban a discutirla entre ellos o de repente se ponían hacer cosas en el cristal de proyección… ¡Hasta bailaban!
Alguien contó en la rueda de prensa que había habido baile y es genial. En las primeras proyecciones en casa con amigos, yo bailaba en los entreactos. Los entreactos son casi mi momento favorito de la película. Porque hay algo como las músicas de (Pablo) Gavira… Me gustan especialmente los intermedios. Estaban asustados en el festival, decían: “Dios mío, esto va a ser en el Kursaal un problema de orden público”. De hecho, teníamos pactado con el proyeccionista la posibilidad de que los cinco minutos de cada intermedio pudieran alargarse, O sea, pausar la película, que se alargaran todo el tiempo necesario para controlar el acceso a la sala. Y vimos que no hacía falta. Que la gente entendió perfectamente que esos cinco minutos eran el tiempo para hablar, ir al baño, o bailar y ya está.
Le comentaba antes a alguien que mi padre (Fernando Trueba, también director de cine) cuando la vio el otro día, me decía que le había recordado a las películas que veía de joven, en los 70. Me quedé pensando en eso un rato. Dije: “Claro, es un poco verdad”; la peli está hecha desde ese aliento. Para muchos ahora veo que es como un problema: “Ah, 3 horas 40 minutos», pero antes eso no era tan traumático. Esa idea de lo épico, estás apelando a esa épica del relato, la película río, la película vida, como esas películas que hacían los americanos, que era casi más bonito el relato…
También está el tema del crecimiento progresivo de los adolescentes protagonistas tanto como el de una autoconsciencia sobre la propia filmación en paralelo. Casi es cronológico todo lo que vemos en el montaje final ¿Qué impresión te quedaba a ti al final sobre ellos como profesionales, como actores y personajes delante de la cámara? ¿Qué piensas que había cambiado en ellos al final con respecto al principio?
Creo que es muy evidente en esa larga secuencia en una cocina donde están hablando. Para mí está claro que es una secuencia a la que llegamos después de muchos meses, años, de estar juntos trabajando juntos. Donde ves que ya están en otro nivel. Nivel con el que se pueden permitir estar hablándome a mí, conversando entre ellos, a la cámara, Eso es algo que se va conquistando con muchas jornadas de trabajo a lo largo del tiempo, con una confianza que se ha ido ganando. En la peli eso es algo muy bonito. La tercera parte en general tiene claramente una autoconsciencia a un nivel muy fuerte. En la segunda se aborda de manera muy diferente y en la primera hay algo pero todo es mucho más tentativo.
De hecho en la primera parte la introducción que nos haces es como de obra de Pirandello, unos personajes en busca del autor. En este caso también las personas, por cierto.
(Se ríe) Es que esa parte que obviamente la hemos rodado después es quizá la más autoconsciente de la película, es la más, casi por decirlo cómicamente, quizás la única parte que está guionizada de toda la película. Pero, está bien que digas eso de Pirandello porque antes lo estaba pensando y sí que hay algo. La literatura sirve como siempre de referencia. A mí me sirve para pensar la forma muchas veces. Y a mí me encantan esos libros que son de pronto mitad ensayo, mitad ficción, que se dividen en partes, capítulos que pueden ser cosas distintas pero forman parte de ese objeto-libro y es parte de eso su encanto. En el cine eso no lo ves tanto. Entonces hay algo de esto, de intentar construir una peli en ese sentido. Casi diría hasta Cervantina, con todo el respeto. Pero en esa tradición, de la disgresión, que de pronto al final de la peli salga un personaje que diga. “A ver si en la siguiente me sacáis de extra, me dais un personaje” Que hay algo en la película que lo cogemos de la tradición literaria, de esa libertad que tiene la literatura tantas veces.
Hablemos por último de lo que cuenta la película y de lo que transmiten sus diálogos. Sobre todo los que podemos interpretar que no son ficción, porque en el film todo está abierto a la interpretación de qué es ficción y qué es realidad. Hay temas sobre la vocación de las mujeres en el trabajo científico, hay reflexiones sobre la libertad sexual… Me da la impresión de que no estaban pactados los temas de los que se iban a hablar.
Los temas los traen ellos. Sí que es verdad que en un momento que yo les leo una encuesta que había salido sobre la juventud y sus preocupaciones, porque era una parte donde todo es más autoconsciente. Pero en general los temas no los elegí yo. En ningún momento les dije “Venga, vamos a hacer una película de jóvenes y vamos a meter el bullying, la educación, no sé qué…” Obviamente aparecen porque están ahí y entonces los traen.
En todo momento, Jonas hablaba de su joven reparto con orgullo. Fue precisamente el casting completo el que acabó conquistando el nuevo premio que el jurado oficial destina a las interpretaciones de reparto. El jurado se decantoópara premiar con la Concha de Oro a la película rumana Crai Nou / Blue Moon de la realizadora Alina Grigore. Quién lo impide, quedó sin embargo como vencedora moral del certamne donostiarra, siendo la favorita de la prensa nacional e internacional en el certamen, al recibir los premios Feroz Zinemaldia y FIPRESCI.
Por eso, en poco tiempo voy a dedicar otro espacio más a esta rara avis del cine español con una conversación con su productor, Javier Lafuente, la cabeza financiera y logística de Los Ilusos Films, la productora habitual de Jonás, donde nos revela algunas de las claves que han sostenido duramte estos últimos cinco años este proyecto tan especial.
Fotos propiedad del Festival de Cine de San Sebastián