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«La virgen de Agosto» y «Los días que vendrán»: La realidad infiltrada en el celuloide

Jonás Trueba (Madrid, 1981) y Carlos Marques-Marcet (Barcelona, 1983) son dos de los jóvenes cineastas españoles más prometedores en la actualidad. Ambos han estrenado este verano de 2019 en las pantallas nacionales, con apenas semanas de diferencia, dos retratos generacionales próximos en cuanto a las inquietudes y construcción personal de carácteres próximos a la treintena. Pero si algo destaca de ambos filmes es que poseen en común un espacio dónde la realidad invade el marco cinematográfico, no de forma documental, sino impactando (muy positivamente) en la ficción mostrada, casi en los bordes de lo biográfico, pero manteniendo la simulación casi donde no hay sitio para ella. En lo íntimo. Todo para mostrarnos un punto de vista tan próximo a sus preocupaciones de ahora, como al del espectador. Sus dos nuevas criaturas, hijas de la incertidumbre, son dos pequeños prodigios: «La Virgen de Agosto» y «Los días que vendrán» («Els dies que vindran»)

Jonás Trueba ha llegado ya a su quinta película como director. Nada tiene que probar ya respecto a su propia valía para la imagen y el guión cinematográficos, el que todavía es el artista benjamín de una familia dedicada no sólo al cine, sino a otras artes en general (sus padres Fernando Trueba y Cristina Huete o su tío David Trueba), y de modo partícular en el  campo literario.

En los últimos años, gracias a títulos como Los ilusos (2013), pero sobre todo con Los exiliados románticos (2015) y su penúltima creación La Resistencia (2016), se ha ido granjeando dentro de una fértil independencia, la expectación, simpatías y ánimo por parte la crítica cinematográfica patria, donde se le empieza a considerar el más afrancesado de los nuevos directores españoles. Algo que él no niega, dada su admiración confesa por la «Nouvelle Vague», o incluso los inicios del propio cine galo.

También en estos pocos años de la última decada, ha creado al menos un pequeño grupo de fieles, que existe tanto fuera de la pantalla, con un público casi fijo en cuanto a su asistencia a salas, como dentro de la misma con la  «formación» natural de una troupe de actores (Isabelle Stoffel, Francesco Carril, Aura Garrido, Vito Sanz…), que le acompañan en casi todas sus aventuras.

En esta ocasión es una de sus actrices habituales, Itsaso Arana, la principal impulsora junto a él, de su nueva película La Virgen de Agosto, donde Arana no es sólo la protagonista principal, sino que está acreditada como co-guionista de la misma. Ésta es una crónica a modo de recuento de las 15 primeras jornadas de Agosto en la vida de Eva, una joven de 33 años, durante el caluroso Madrid de 2018. El film tiene como escenario el centro de una capital casi vacía durante la más calurosa época del año, dónde solo el espíritu festivo de las fiestas de San Cayetano y La Paloma, y las populares verbenas y conciertos de tarde-noche en la plaza de las Vistillas son capaces de congregar a los madrileños que allí han quedado.

La película, que comienza con una solitaria Eva en un apartamento ajeno alquilado, resulta en su desarrollo, casi una de las Comedias y Proverbios del maestro francés Éric Rohmer. De hecho, es casi el espejo inverso de «El Rayo Verde» («Le Rayon Vert», 1985) dónde su personaje principal, Delphine (Marie Rivière, que también era autora de sus diálogos), buscaba durante poco más de un mes, en muchas de sus jornadas, como buscar compañía (quizá también el amor y la suerte) para salir de París durante sus vacaciones, pero se inspira también en algunos elementos de otra de ellas, también celebre: Las Noches de la Luna Llena («Les nuits de la pleine lune», 1984)

El film de Trueba comparte con los de Rohmer, pues, su ambientación y temática, más intensa con «El Rayo Verde» en cuanto a su forma episódica de diario, cierta voluntad buscada de sensación de amateurismo y un grado notable de improvisación, pero no se queda en la tentación de establecer con él una mera imitación, y su mérito es abordar con espíritu propio e inspiración notable, dos preguntas.

La primera, la que aborda el paulatino descubrimiento de quién era Eva hasta ahora, y que va desembocando en la segunda, sobre todo a raíz de una jornada de baño y picnic a la orilla de un ferlosiano río Jarama, en la revelación de cómo esa búsqueda de la identidad se halla ahora también en la propia Eva, de cara a su futuro, y queda compartida por el espectador.

Con encuentros y desencuentros con personajes de su (breve pero intenso) pasado, la formación de nuevos lazos y amistades, la película muestra cómo en el espacio y ciudad de nuestra vida, quizá sea posible (y muy valiente y osado) empezar a crearse de nuevo, sin huír a otro lugar y a preguntarse de forma recurrente cómo lo hace Eva: «¿Cómo se hace una persona?». Y a ella no responden de manera completa los libros de filosofía de Ralph Waldo Emerson que lee la protagonista, o los ensayos de Stanley Cavell a los que hace referencia el propietario de su casa, un Sigfrid Monleón que se interpreta a sí mismo.

Tampoco es ahora obtenida a base de una memoria compartida del primer amor como en «La Reconquista», o de una aventura de carretera francesa como en «Los Exiliados románticos», sino a través de una emoción aún más pura, hecha de como un dejarse arrastrar puede prolongarse en una intimista deriva, hecha de los encuentros fortuitos en los que la vida, esa que nos espera pero no esperamos, nos aguarda en los lugares y situaciones más inesperadas.

Sólo se consiguen descubrir para Eva esas respuestas bajo el prisma de la verdad que representa ese Madrid estival, o en el fondo de la música en vivo de Soleá Morente, Alonso Díaz y Lorena Álvarez o Ana Fernández-Villaverde, gracias a la esperanza de disfrutar aún de ese tiempo del año, de nuestras vidas, que tenemos por delante. Y con él, la afirmación de ser aún más nosotros mismos, aún más capaces de amar y soñar que lo que podíamos hacer antes.

Cambiamos en el transcurso del tiempo, como Eva, como Jonás Trueba, un creador que parecía más próximo a Truffaut, y que ahora se nos revela en un nuevo Rohmer, gracias a la suma de su talento con el de Itsaso Arana a la escritura e interpretación, las contribuciones del resto de su reparto, y todo ello, bajo la fotografía de un Santiago Racaj, que encaja la cámara y la luz, de una manera justa y ajustada, registrando como en un cine primigenio, transmutado en una especie de nuevo Nestor Almedros o Sophie Maintigneux. Así, aquí aparece un espíritu vitalista y jovial. Y lo saludamos. Ardorosa y cálidamente.  Lo mismo pensaron en el reciente festival de Karlovy Vary dónde recibio el Premio FIPRESCI. No podemos decir sino: Bravo.

Es de nuevo el hálito vital y esa busqueda del «quién soy», aunque de forma menos encubierta, el hilo conductor de la tercera película de Carlos Marques-Marcet, tras su brillante opera prima «10000 Km.» y su segundo largo «Tierra Firme». Si en ambos, estaban presentes de forma respectiva, como temas de relieve, la vida de pareja, la necesidad de la intimidad y la irrupción de la maternidad, todos se combinan aquí de forma poderosa, junto a los que se añade la historia de los meses de evolución de un embarazo en el seno de una reciente pareja ficticia, Virginia (María Rodríguez-Soto) y Lluís (David Verdaguer), donde lo que vemos a la vez, es la primera gestación real de ambos actores que son pareja en la realidad.

Y en esta asombrosa paradoja donde la vida real vuelve a tomar un espacio en lo filmado por la cámara, el director retoma brillantemente sus obsesiones pasadas, pero con la ardiente determinación de volver ficticio y creativo, lo que podría haber sido un mero documental, recreando a la feliz pareja en otra, demasiado joven en cuanto a su relación mutua y conocimiento en común, demasiado débil quizás para afrontar el reto de una paternidad y maternidad en principio,  involuntarias.

Desde las pocas semanas de gestación, observamos su precariedad laboral, su vulnerabilidad y su falta de rumbo iniciales, pero también, como las dificultades son capaces de forjar el carácter de dos personas a punto de ser tres, hasta hacerlos un dúo de verdad y hacerlos finalmente tenaces ante los obstáculos y que llegue el momento de un parto (absolutamente real y registrado de forma increíble por el cámara del barcelonés, Álex García) que termina por ser expectantemente deseado, por ambos protagonistas y también por nosotros, mérito de un guion construido por las aportaciones de la pareja protagonista, pero cimentado por el realizador, acompañado por Coral Cruz y Clara Roquet en su escritura definitiva.

La increíble actuación y generosidad de María Rodríguez-Soto, un rostro para retener de cara al futuro, es uno de los hitos de este año del cine español, para una película merecedora de varios premios príncipales o Biznagas en el último Festival de Málaga, entre ellas la de mejor película, director y mejor actriz, todas muy merecidas. Y en el recuerdo, las imágenes del realizador catalán, los videos e imágenes familiares de la propia María desde su nacimiento a su infancia, y las melodías de Ovidí Montllor y sobre todo de ese «Tú qué vienes a rondarme» final de María Arnal y Marcel Bagés, durante los títulos de crédito que nos vienen a recordar que antes de la creación de la persona, viene ese milagro casi cósmico de la concepción y creación del hombre o de la mujer.

Qué suerte posee el cine español con estos dos creadores de hoy, Trueba y Marques-Marcet, que siguen creciendo en resonancia y arte fílmico, al compartir pues, con nosotros, el público. dos ficciones, que resultan tan coincidentes con la realidad que no pueden ser sino creadas, o más bien recreadas, pero veristas y ejemplares sobre las inquietudes de la presente condición humana. Para qué se mantengan con nosotros mucho tiempo, vayan ya a verlas, si no a su sala favorita, sí a la más cercana donde aún las proyecten. Ustedes mismos y sus hijos se lo agradecerán en el futuro.

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Ingeniero civil. Ahora trabajo sobre caminos de hierro, pero el resto del tiempo busco tender puentes con otros ámbitos y profesiones, además de transitar por sendas culturales y de ocio. Mi lema es que siempre hay nuevas formas y tiempo para aprender, y también para enseñar.

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