
La carrera de Wim Wenders (Düsseldorf, Alemania, 1945) ha transitado por caminos siempre diversos, entre la ficción y el documental. Sus momentos más brillantes entre los 70 y los 80 nos parecen lejanos hoy. Eran tan inspirados y brillantes que dejaron marca en road movies y retratos de ciudades, en títulos tan recordados por el cinéfilo como galardonados por festivales. Ilustres son su odisea americana de París, Texas (id, 1984) o su fantasía angelical en El cielo sobre Berlín (Der hümmel uber Berlin, 1987). La lírica menos afectada, más natural y lúcida del realizador germano vuelve con Perfect days (id), su mejor película en dos décadas. Una vuelta al cine sencillo y cercano de sus orígenes, pero que cambia la Alemania dividida por un Japón contemporáneo, moderno y frío, donde reposan la rutina como arte y un sentimiento de maravilla sobre lo cotidiano.
No es Perfect Days la película que esperábamos del alemán, pero es sin duda la que más necesitábamos. Nuestro tiempo está lleno de actividades y dinamismo, pero a cambio están casi ausentes la pausa y la reflexión. El maestro Wenders escoge con este propósito sencillo de calmar y hacer pensar al público a un protagonista que parece insignificante, Hirayama, humilde limpiador de baños públicos de Tokio. Destacable por nada entre sus semejantes, es un un hombre de mediana edad que ha elegido una vida ascética y analógica.
En su interior, no obstante, las cosas son distintas. Ha construido todo un universo interno lleno de repeticiones diarias en torno a la austeridad y la observación de los detalles cotidianos, casi ajeno también a las relaciones sociales y familiares.
Sorprende la genialidad inicial del renano para caracterizar aquí este personaje con un trazo sencillo de gestos y planos medios, estáticos, casi centrados en exclusiva en una sola acción al tiempo. En un mundo donde cada uno quiere hablar más alto que su vecino, hay un hombre que decide hablar lo mínimo imprescindible y llevar una vida contemplativa.
Las palabras necesarias

Durante la primera hora de la película, Hirayama no pronuncia casi palabras, sino que deja hablar a todo su alrededor (compañeros de trabajo, naturaleza) escuchándolo. Y suelta sus emociones en las canciones que pone en las cintas de cassette de su anticuada furgoneta, cuando se desplaza de lavatorio en lavatorio. Sean clásicos del rock americano (House of the Rising Sun de The Animals o Redondo Beach de Patti Smith, que es la que suena más veces) o del pop japonés melódico (Aoi Sanaka de Sachiko Kanenobu).
La película continúa después sobria y simple hasta alcanzar lo elegante. Como el resultado del necesario aunque marginal trabajo que ejerce y honra Hirayama. Conecta así con la sensibilidad del cine japonés de lo rutinario y familiar a la manera del maestro Yasujiro Ozu, al que Wim Wenders, el director de la película, ya rindió homenaje en su documental sobre Japón de hace casi cuarenta años, Tokyo-Ga.
Esa simpleza, que no debe confundirse con previsibilidad, agudiza los sentidos del espectador y lo incita a captar lo que perturba la sucesión perfecta de los días: un día, un restaurante habitualmente vacío, se llena. Otro día, la llegada de una sobrina rompe la quietud y armonía del hombre. Otra jornada, el misterio de Hirayama casi es descifrado por el modo de vida opuesto que muestra su hermana, madre de su sobrina.
Fotografía de lo pequeño y extraordinario

Aparte de apreciar en superficie la buena reputación de la urbanidad que dan a Japón con el esmero de las labores de limpieza, queda manifiesta la intención de Wenders, en mostrarnos una fotografía de la vida madura. Esa que lleva a otras sendas, reposadas y por qué no, maravillosas e iluminadas por los pequeños descubrimientos, como los reflejos del sol, deslumbrantes y cambiantes a través de las hojas y ramas de un árbol o en los azulejos de unos baños.
Esa íntima por minuciosa y minimalista realización, la excelente y ajustada interpretación de Kōji Yakusho como protagonista (premio de interpretación en el último festival de Cannes) y el hábil guion que extrema el detalle de Takuma Takasaki son los que habilitan esta calma entre la tormenta ruidosa de nuestra época.
Busque este oasis de paz y de salud mental de dos horas de duración a partir de enero del año que viene en sus cines más cercanos. No se arrepentirá. Por el momento, sólo se disfrutará en España en el mejor festival de cine nacional: el de San Sebastián.