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Premios Goya 2019. “El Reino” de Rodrigo Sorogoyen (España, 2018)

Se acerca la celebración de entrega de los Premios Goya 2019, que tendrá lugar el próximo 2 de febrero. Dentro de la excelente cosecha de 2018 que ha dado el cine español, nuestra Academia de Cine ha elegido diversas opciones para reconocer el mejor film producido en España en la añada de 2018, y ha tenido en cuenta el mega éxito comercial de “Campeones” de Javier Fesser, el verismo casi documental de “Entre dos Aguas” de Isaki Lacuesta, ya reconocida en el último festival de San Sebastián con la Concha de Oro, la expresión dramática y actoral de “Todos lo Saben”, propuesta radicada y producida en España del ilustre y multipremiado director iraní Asghar Farhadi, o sorpresiva pero merecidamente la autenticidad de la reivindicativa y a reivindicar “Carmen y Lola” de la novel realizadora Arantxa Echevarría. Quizá el olvido en las máximas categorías de una propuesta tan radical y singular como “Quién te cantará” de Carlos Vermut ausente en guion, dirección y película, vaya a ser compensada por los académicos españoles por el reconocimiento de la que nos parece la favorita para estos premios, un thriller político potente y fascinante como es “El Reino” de Rodrigo Sorogoyen.

Sabemos que Rodrigo Sorogoyen es un tipo valiente y sin complejos, hay pruebas de ello a lo largo de esta película.  ¿Un plano de entrada planteado como un travelling sin cortes a través de un restaurante, patio, cocina y sala de una localidad costera sin nombre a la manera de un maestro como Scorsese en “Uno de los Nuestros”? Sí. ¿Música tecno para animar el desarrollo de un thriller político? Cierto. ¿Elección de personas reflejos de la realidad política y de la prensa actual en casi todos los personajes? Verdad. Expolíticos reales como Eduardo Madina, Cristina Cifuentes y Alfredo Pérez Rubalcaba, ¿siendo consultores de esta historia? También. ¿Histrionismo (eso sí, brillante) de los actores como herramienta para sublimar la realidad? Por supuesto. Todo sucede en esta película, y queda plenamente justificado.

Nada hacía prever que Sorogoyen y su coguionista habitual, Isabel Peña, se metieran en una historia con un mensaje tan claro y firme dirigido al mundo presente de la política y los medios. De toda su filmografía, comenzada hace diez años por la comedia romántica coral “8 Citas” (2008),  compartida en realización con Perís Romano, seguida por una propuesta tan minimalista y fascinante en puesta en escena como grande en resultados como la estupenda “Stockholm” (2013), o un thriller policial tan convincente como “Qué Dios nos perdone” (2016), se trasladaba una preocupación por enfocar y destacar el trabajo minucioso de los actores como Aura Garrido, Javier Pereira, Antonio de la Torre o Roberto Álamo, y sólo en su penúltima película, hacía su aparición una crítica aún tímida hacia los sectores dirigentes del poder de una sociedad que mostraba los signos de enfermedades del alma como la soledad o la apatía.

Aquí se mete en esa difícil labor de transmitir un mensaje de atención difícil, dado que la realidad ya nos tiene inmersos en la situación de un contexto político degradado, y por desgracia, estamos habituados a ella, pero lo consigue enganchando a los espectadores a través de un contagioso ritmo, heredero de las escenas de acción de su anterior película, que aquí se traslada a todo el metraje de sus 122 minutos, gracias en parte a una realización muy dinámica, un guion lleno de sorpresas y también a la excelente y casi constante banda sonora electrónica de Olivier Arson (miembro del grupo musical McEnroe) que acompaña a las potentes imágenes. 

El precio del poder y las traiciones cometidas (personales y en el seno de la política) para conseguirlo, son el centro de un torrente de acción y tensión en el cual el estupendo Antonio de la Torre y su personaje Manuel López-Vidal, mando intermedio de un gran partido, se nos descubre entre otros tipos de la misma calaña, moviéndose  en un cenagal oscuro, careciendo casi de escrúpulos, buscando practicar el ejercicio del arribismo y finalmente, de la supervivencia a cualquier precio. Alguien con el que, a pesar de sus actos despreciables, podemos llegar a identificarnos, puesto que sus afanes, su forma de actuar y de hablar nos producen empatía. Este es el milagro de los grandes interpretes como De la Torre, que aquí hace méritos suficientes para recibir ese Goya al Mejor Actor Protagonista que tanto se le ha resistido aún. 

Nuevamente, como en sus trabajos previos, los actores y su lucidez para afrontar sus caracteres, vuelven a brillar. Menciones especiales aparte del protagonista, merecen Ana Wagener, que en su papel de Ceballos, secretaria general de un partido, nos recuerda a varias figuras políticas (yo diría que al menos a dos) de los dos grandes partidos españoles, con un doble rasero, en el que las formas de actuar en púbico y en privado pocas veces coinciden, y Luis Zahera, en la piel un testaferro colocado por sus superiores como Cabrera, donde muestra sus dotes de histrión, por fin reconocidas, siendo memorable y paroxística, aunque al borde también de la parodia, su escena del balcón con de la Torre.

Además, cabe destacar a Barbara Lennie, como una sagaz periodista y presentadora, Amaia Marín; esta sí, una casi doble y trasunto de una real de La Sexta, y el descubrimiento de Francisco Reyes, como Alvarado, un juez estrella, reconvertido en fichaje estrella anticorrupción de un partido (el parecido con el modelo real aquí es también evidente), que quizá sean menos ingenuos, inocentes y limpios de lo que aparentan. Completan el reparto, entre otros, José María Pou, Mónica López, Andrés Lima, Jorge Suquet y Nacho Fresneda, que tienen breves pero claves apariciones en la historia.

No desvelaremos la trama, pero les puedo asegurar que, si han seguido los escándalos judiciales sobre la financiación ilegal de los partidos políticos en España, muchos detalles y cuestiones les van a parecer familiares y de asombrosa (aunque buscada) coincidencia con la realidad. Hacia el final, el film se articula casi  más en excelentes set-pieces más de un thriller de acción que en una narrativa política, y en esta  parte son muy brillantes la mencionada escena del balcón de Zahera-de la Torre, otra ambientada en un chalet ajeno, donde el protagonista debe obtener una información vital, y la tensión que generan su presencia y actos, o la casi penúltima en una persecución por carretera secundaria de noche, que acaba con dos coches enfrentados al límite.

Y de los pocos aspectos a no apreciar tanto de esta necesaria y notable película, es que quizás sus diálogos, pese a calcar la realidad, no nos resultan del todo verazmente formulados, sino en ocasiones, pocas eso sí, formulaícos, y que después de un crescendo continuo, nos ofrezca un final que quizás no es el terremoto necesario, aunque sí es otro, también merecido, en el cual se nos devuelve la mirada a nosotros mismos como espectadores, estableciendo una pregunta fundamental a nuestra forma de sentir colectiva como sociedad, y a nuestra capacidad objetiva de establecer un auténtico juicio ético de los hechos, mediaciones y relatos manipuladores de cierta prensa aparte.

Es una pena que “El Reino» no haya tenido aún el éxito que esperaba del público nacional, donde apenas ha recaudado una tercera parte de su presupuesto de 4 millones de euros, pese a su buena acogida en el festival de San Sebastián, pero es posible que, si es la triunfadora de los Goya, tenga una segunda vida de exhibición comercial, de manera que su visionado y mensaje lleguen a mucha más gente.

Creo merecido apostar a que, a primeros de febrero, Rodrigo Sorogoyen vaya a obtener los premios máximos (dirección y película), y que tanto Antonio de la Torre y Ana Wagener, se lleven sendos cabezones a casa por sus espléndidas actuaciones. Y por último, que Olivier Arson se quede con el correspondiente a la mejor música original. Quizás también en fotografía y montaje, tengan opciones y reconocimiento respectivamente, Alejandro de Pablo e Iñaki Ros.

¡Ah! Para terminar, si me equivoco en la apuesta, espero que sea “Carmen y Lola” quien se quede el premio gordo a la mejor Película. Social, necesaria, auténtica… Es de verdad, otro de los mejores descubrimientos fílmicos de este pasado 2018.

A favor:

  • La dinámica realización aportada por Rodrigo Sorogoyen. Estamos deseando ver su próximo trabajo, “Madre” con Marta Nieto y Álex Brendemühl, que parece que estará en la línea de “Stockholm”, y que es una continuación y ampliación de su corto del mismo título ya premiado en los Goya, y que podría estar en la carrera de los Oscar de este año
  • Antonio de la Torre y Ana Wagener, por su arduo y completo trabajo, y su presencia magnética, que arrastran al espectador, a través de toda la gama posible de emociones, incluso a sentir compasión de un tipo tan deleznable como el López-Vidal al que encarna el primero. Les deseamos toda la suerte del mundo para que obtengan su segundo Goya, que para De la Torre esta vez sería el primero en la máxima categoría
  • La banda sonora de Olivier Arson, que se conjuga con las imágenes filmadas, que ya estaban dotadas de una dinámica brutal en su montaje, para convertirlas en pura adrenalina

En contra:

  • Su escasa repercusión comercial en la taquilla, quizá un hándicap en los premios contra una película como “Campeones”, una bienintencionada y necesaria vindicación del papel de los discapacitados en la sociedad (bravo por Javier Gutiérrez y Javier Fesser, así como al resto de sus actores por el coraje y empeño en hacerla, recompensado con  0 millones de euros en taquilla y 3,3 millones de espectadores en los cines para verla),  pero que se siente menor en cuanto a calidad cinematográfica frente a «El Reino». Sin embargo, es posible que la película de Sorogoyen se pueda recuperar y resarcir en parte en ese aspecto si se convierte en la ganadora de la noche de la ceremonia. 

Imágenes: Julio Vergne

 

 

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Cinéfilo y crítico a tiempo parcial, además de ingeniero de caminos. Trabajador del ferrocarril y del celuloide, busco tender puentes con otros campos y profesiones, así como recorrer caminos culturales y de ocio. Mi lema es que siempre hay nuevas formas y tiempo para aprender, pero también para enseñar. El cine es una de ellas, proporcionando además una vida libre. Sigo creyendo que John Ford es el mejor director de cine de la historia.

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