Hay cineastas que llevan marcada la pauta temática de su carrera casi desde el principio. Los trabajos precedentes del realizador de «Small Axe», Steve McQueen (Londres, Reino Unido, 1969) describen ya a un cineasta inquieto por la justicia con la que se trata a sus semejantes, sean del color que sean. Su evolución ha venido en formas más orgánicas y fluidas con las que enseñar esas reivindicaciones. Busca historias que muestran de dónde viene él mismo y que convendría cambiar a mejor en la sociedad de acuerdo a su experiencia. Con capítulos dentro de su nueva antología como «Education» y «Lovers Rock», el director inglés se abre aún más a estos nuevos caminos.
Traspasada la adolescencia, Steve McQueen siente una llamada artística y aparca su incipiente carrera como deportista. El descubrimiento de su fascinación por el mundo de la imagen le lleva a estudiar en escuelas de arte como el Chelsea College. Después, aprende a rodar en vídeo y cine en el centro universitario de Goldsmiths. Luego cruza el Atlántico para recalar en Nueva York.
Cuando McQueen regresa a Londres, se convierte en una figura prestigiosa del videoarte. Hace pequeñas piezas visuales y cortometrajes en las que plasma muchas veces, injusticias sociales como el racismo o la precariedad laboral. Con ellas, llega a ganar el prestigioso premio Turner en 1999 frente a otros artistas gráficos y escultores de renombre como Tracey Emin.
Con ese bagaje, tras una década de trabajos preparatorios, debuta en el largometraje con la impactante Hunger (id, 2008), que cubre la huelga de hambre de los presos del IRA (Ejercito republicano irlandés) en las cárceles inglesas en 1981, liderada, por entre otros, Bobby Sands, interpretado por un actor aún no descubierto por el gran público, Michael Fassbender. Prolonga su estilo de narrar próximo al videoarte, frío pero incisivo. con el que obtiene un gran éxito en el festival de Cannes.
Fassbender se convierte en su actor fetiche para sus siguientes films. El primero es Shame (id, 2011) , que describe la vida de un adicto al sexo y a la pornografía. Lo hace con objetividad y sin piedad, pero también con un inmenso respeto a la descripción interior del tormento un personaje que ya no goza sino que sufre con ello.
En la película, la influencia paterna en estas patologías está muy bien explorada. Aparte de Fassbender, hay otra maravillosa interpretación de Carey Mulligan, como su hermana, que tiende a encontrar parejas amorosas en su vida que solo abusan de ella.
McQueen cambia de registro en su siguiente proyecto, donde Fassbender aparecerá pero solo como actor secundario, aunque con un rol significativo. Asume un guion ajeno de John Ridley y otra época ajena a él, el siglo XIX. Quiere contar la historia real de un hombre negro libre, Solomon Northup, en los Estados Unidos primigenios. Alguien que fue por desgracia, secuestrado, apartado de su familia para ser relegado a ser un esclavo de diferentes dueños a lo largo del tiempo.
Se trata de 12 años de esclavitud (12 years a slave, 2013), relato dramático de alta crudeza, pero también de superación personal. Protagonizado por Chiwetel Ejofor, descubre a otra actriz portentosa en la mexicana de origen keniano, Lupita Nyong’o. Nyong’o compone en los momentos en los que está en pantalla un prodigio que conmueve y sobrecoge en el papel de la esclava Patsey a la que maltrata su sádico dueño Edwin Epps (Fassbender).
La asociación de McQueen con Fox Searchlight y la productora Plan B de Brad Pitt, consigue que grandes actores, incluido el americano, acepten pequeños papeles para rodar la película. Con ella, el director adopta un tono cinematográfico más convencional, pero aún así es verista y meticuloso. Así le llega un reconocimiento más mayoritario del público.
También consigue el de una industria que premia al largometraje en los Oscar celebrados en 2014, y donde el realizador es también nominado por su dirección, a la vez que es reconocido el de sus tres actores, con otro galardón para el escalofriante e inolvidable papel de Nyong’o.
Con Viudas (Widows, 2018), sitúa su guion co-escrito con la guionista Gillian Flynn en un genero como el thriller criminal, aunque sus preocupaciones son exaltar el valor de un grupo de mujeres de Chicago. Personas normales, que tras ser asesinados sus maridos durante un robo, enfrentan una enorme deuda económica. Para pagarla, tendrán el coraje de continuar con un plan de uno de ellos: intentarán sustraer una suma de dinero obtenida de manera ilegal por un senador local.
Acusada en su momento de ser algo convencional y comercial, quizás es la película en la que McQueen completa su transición en un cineasta más empático con la audiencia. Logra obtener muy buenas interpretaciones de Viola Davis, Cynthia Erivo. Elizabeth Debicki y Michelle Rodríguez por el lado femenino del elenco. Completan el mismo, Colin Farrell, Robert Duvall, Liam Neeson y Daniel Kaluyya.
Las vetas de narración más clara y también las más emocionales, menos frecuentes en él hasta entonces, cristalizan del todo (para bien) en Small Axe. Quizás, por eso, el director se siente libre para afrontar un punto de vista plenamente personal en el último episodio de la antología, Education, inspirado libremente en su propia vida. Su protagonista es un despierto niño de 12 años, Kingsley (Kenyah Sandyh), amante de la astronomía y que de mayor quiere ser astronauta.
Sin embargo, todo cambia a raíz de los resultados de un test de inteligencia por el que pasa. La dirección de su colegio, comunica a su familia que debe ir a una institución de «educación especial». Estas escuelas británicas eran en aquella época, lugares de baja calidad educativa. Allí, no se enseñaba propiamente a sus alumnos. Acabar en estos centros suponía condenarles de adultos. Solo obtendrían trabajos manuales de escasa calidad y precarios.
Sabremos pronto que el problema real de Kingsley es otro. Tiene una dificultad de aprendizaje que no le ha permitido aprender a leer correctamente. Nada afecta a su capacidad intelectual. Además, el Ministerio de Educación británico impulsa de forma escondida estas cribas de discriminación cultural y racial. ¿Podrán salvarle de este cruel destino su familia y un grupo social activista de la comunidad negra empeñado en rescatar y educar apropiadamente a estos niños?
Dejaré que el lector lo descubra, pero la resolución de esta entrega es magnífica, emocional y cierra el diálogo que mantienen todo el resto de los capítulos entre sí. Alguien que conoce sus raíces, mantiene su historia. Se convierte en un adulto con plena y consciencia si es capaz de educarse de una manera conveniente. Será capaz de aguantar los periodos más difíciles si se mantiene constante y con la cabeza alta. No orgulloso, pero sí digno.
No he hablado hasta ahora del segundo episodio de la antología, pero es que merece una mención aparte. Pues tiene conexiones con los demás, pero también una fuerte identidad propia. Lovers Rock me parece absolutamente maravilloso. Excepcional, diría. Estoy convencido que los libros de cine y TV recordarán esta pieza en los próximos años. Es muy difícil conseguir lo que McQueen hace aquí y contarlo sin soporte de sus imágenes se hace casi imposible. Aún así, intentaré relatar su inicio.
Me gustaría que el lector cerrase ahora los ojos. Que pensase en su juventud, cuando tenía entre 16 y 20 años. Estando en su habitación, el viernes o sábado por la noche, con la luz del exterior ya decayendo. Vistiéndose, arreglándose para salir fuera y ver sus amigos. Querer diversión. Con la excitación en la cabeza, el corazón y los pies. Ese sería el estado de ánimo perfecto para lo que viene ahora.
Justo así encontramos a Martha (Amarah-Jae St. Aubyn), a punto de ir fuera con su amiga. Sale a escondidas de casa a una fiesta de mediados de los 70 en una casa particular con un sound system caribeño. El peligro para una mujer joven y negra, a la que solo acompaña una amiga, Patty, en el autobús es patente. A pesar de todo, corre riesgos. Quiere ir a pasárselo bien y bailar toda la noche.
La fiesta que lleva preparándose desde hace horas, ya está bastante llena de otros antillanos como ellas. La pista de baile ya bulle de cantos que se intenta imponer a los altavoces. El aire lleno de humo en las habitaciones y escaleras tiene un olor especial y exótico. Allí, varios chicos hablan con ella y la invitan a bailar. Hasta que llega Franklyn (Micheal Ward) que cambia todo lo que cabía esperar de ese día.
Ya no contaré nada más de lo que sigue. Porque verlo es vivirlo. Y sin verlo, resulta impensable admirarlo. McQueen, junto a sus coguionistas Courttia Newland y Rebecca Newland, se alían con el director de fotografía Shabier Kirchner y un reparto de desconocidos y logran un milagro. Que el espectador se introduzca en los cuerpos de sus protagonistas. Que imagine estar en el roce de sus manos y sus cinturas. Moviéndose con sensualidad, elegancia y ritmo. Todo mientras el sudor corre por su piel y el olor a perfume, cannabis, alcohol y almizcle se pega a la ropa.
Pocas veces se ha visto, perdón, sentido tan bien en una pantalla la fiebre de vivir, de estar maravillado por ello. Estamos sofocados por una maravilla, sumergidos en un éxtasis colectivo. Las mujeres cantan a coro, canciones de ese estilo que mezcla reggae y pop que ponen los maestros del sound system, el Lovers Rock, como Silly Games de Janet Kay. Los hombres bailan eléctricos un instrumental funk salvaje, el Kunta Kinte Version One de The Revolutionaries.
¿Perdurarán del ardor de la noche sentimientos más allá de ella? ¿Es importante que lo haga, o solo el haber estado allí en aquel lugar y tiempo? ¿No es la existencia al fin algo como el arte, momentánea, efímera pero con instantes explosivos y maravillosos? Es un placer saber que estas preguntas se lanzan aquí, pero que no necesitan de meditadas respuestas finales a su término. Solo de la vida, la pura vida. Pocos pueden soñar con hacer cine tan bien como el británico.
En suma, no deben perder más oportunidades en ver estos cinco fragmentos extraídos de una realidad que explosiona desde el pasado para impactar y hacer disfrutar al espectador. No se arrepentirán de las más de seis horas que se necesitan para hacerlo. Un placer en casa para la mente y el cuerpo, que nos eleva y hace pensar. A la vez reivindica un mundo de iguales y más libre de racismo como nos hace sentirnos entusiasmados con una fisicidad que nos lleva fuera de nosotros mismos. Sensaciones de libertad, increíbles y casi inéditas en estos tiempos de pandemia.
Copyright Fotografías: BBC Films