La ambición, la exigencia sin límites y el abuso en el ejercicio del poder son los temas centrales de Tár, la nueva realización de Todd Field, tras sus dos producciones anteriores, las notables, aunque poco conocidas, En la habitación (In the Bedroom, 2001) y Juegos Secretos (Little Children, 2005). Y probablemente también son la razón y trasfondo por la que el cineasta ha tardado más de 16 años en ponerse detrás de las cámaras. En el caso del director de Pomona, la espera ha valido la pena.
El papel definitivo de Cate Blanchett
Si el deseo, la familia y la venganza habían articulado su breve filmografía, ahora en su tercer largometraje solo queda de aquellas historias la mirada al abismo con la que se abordaban con riesgo y dolor estos asuntos. Ese vacío y la mirada que emplea Field al abordarlo se vuelven gigantes a través de la interpretación en clave de médium de una de las actrices más grandes, no de este momento, sino de toda la historia del séptimo arte, la australiana Cate Blanchett.
Es Lydia Tár, la primera mujer directora de orquesta al mando de la Filarmónica de Berlín, quizás la creación más completa y profunda de una actriz capaz de abordar psicologías tan complejas al tiempo que frágiles. Ya comprobada su versatilidad en sus roles como el Bob Dylan eléctrico de I’m Not There (íd, 2007), o las protagonistas de Blue Jasmine (íd, 2013) o Carol (íd, 2015), su Tár es, por muchas razones, su papel definitivo.

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Es ella la que facilita una labor difícil para el espectador medio: entrar en una película en la que su director y guionista penetra en el mundo de la música clásica para contar una narración amoral y original. Tiene visos de haber creado un futuro clásico de culto que contará también con los reconocimientos de su tiempo presente. Un filme complicado que empieza justo por unos largos títulos de crédito. El propio Martin Scorsese considera esta película como una esperanza en el futuro del cine.
Una esperanza en el futuro del cine
Aunque esa luz que emite Tár como nuevo faro de este arte audiovisual pulsa en realidad entre una intensidad negra y gris. Una gama de color similar a los pensamientos y acciones de una Lydia, determinada, cueste lo que cueste a interpretar su desafío definitivo mientras compone una obra propia, una quinta sinfonía de Mahler, pendiente de enseñarse al público desde el inicio de la pandemia que invadió el mundo entero. Con ella quiere demostrar una maestría que cree no solo ganada sino incontestable.
Sin embargo, Lydia posee secretos de oscuridades aún mayores que las que sus actos ya de por sí narcisistas y abusivos muestran en público. En Berlín, en Londres o en Nueva York, comandando los ensayos de la filarmónica, dando conferencias o ruedas de prensa en la prestigiosa Juilliard School o en su vida personal, no presenta nada más que una máscara tras la que se esconde su identidad real.
Tár, antigua alumna de Leonard Bernstein, guarda una verdad aún más terrorífica en la que se asienta su personalidad e identidad reales. Un monstruo nacido hace muchos años y quizás cultivado en sus viajes por el mundo, en especial, en su estancia junto a una tribu amazónica peruana lejos de la civilización. Que, no obstante, muestra de forma ocasional sus garras en las órdenes que transmite a su hasta ahora fiel asistente Francesca Lentini (Noémie Merlant), en las conversaciones con su colega Eliot Kaplan (Mark Strong) y en los momentos de intimidad que comparte con su amante y pareja Sharon (Nina Hoss) o su hija en común.
¿El arte justifica los medios?
Una espiritualidad extraña exhuda de Tár que transformará el deseo y la voluntad de imponerse a cualquier precio en una calamidad originada por sus abominables actos del pasado y los que augura su presente. Algo que perseguirá a Lydia, sus allegados y conocidos. Sobre todo, desde la aparición en el conjunto de la joven chelista Olga (Sophie Kauer). Un elemento que la hará explotar y la aproximará como si fuese una funambulista a una caída desde un hilo tendido entre dos rascacielos. No por hipnótica e irresistible menos fatal y horrible.
Blanchett y Field ayudados por el reparto (mayoritariamente europeo) de su película, se acercan mutuamente a la excelencia para enseñar las interioridades de este ser humano, una mujer con alma de animal predador. Imparable frente a sus objetivos. De destino trágico y no por ello, cuando la verdad se cierne sobre Lydia y todos los antifaces caen, menos ridículo y paradójicamente sorpresivo. Construyen un largo camino poco ejemplar con el cuál cuestionarse si el arte justifica los medios, no es voluntario sino obligatorio.

Tár aspirará en la temporada de premios a todos los reconocimientos posibles, tanto a su director, guion como a su conjunto como película. Lo más probable que dada su amargura, densidad y negrura, tan intensas como el alquitrán (por el cual podríamos traducir libremente el apellido de su protagonista), no logre nada más que uno, este sí, casi indiscutible, el de Blanchett como actriz del año. Y esto se quedará corto, porque no se conceden premios a las interpretaciones de una década o una época.
Resulta complejo recomendar el visionado de los 158 minutos que dura Tár en una pantalla grande, porque su recorrido no es para todos los gustos. A la vez, es imposible, no hacerlo para que tú, espectador, no sientas la tentación de sumergirte en la turbia jungla que Todd Field planta delante de nuestra vista, con ayuda de la música de Mahler, Bach o la original de Hildur Guðnadóttir. Y deleitarte del opaco poso que queda en tu paladar tras degustar un artefacto tan sofisticado como en el que Cate Blanchett se transforma en criatura de tinieblas y casi a ti con ella, apoyada en la fotografía de Florian Hoffmeister. Magnética hasta su sombrío y patético (pero muy creíble) final.
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