Cuando la semana pasada les comenté mi opinión sobre «Richard Jewell», ya les planteé que hablaríamos sobre una polémica mucho más intensa en el caso de «El oficial y el espía», la última película del realizador polaco Roman Polanski. Estas discusiones han quedado mucho más avivadas en el caso francés, por la reciente concesión hace diez días de dos premios César al propio Polanski (mejor director y mejor guión adaptado), acusado de tratos sexuales vejatorios por parte de varias mujeres, en su vida fuera de la pantalla ¿Podemos separar la obra de su autor en estos casos?
Voy esta semana con la crítica más complicada. Me pongo con los antecedentes. Una auténtica ola de indignación mucho mayor que la causada por Richard Jewell en los Estados Unidos, golpeó Francia las primeras semanas de estreno de El oficial y el espía en Noviembre del último año. La razón principal, no fue el profundo impacto que supone a la sociedad gala revisar la histórica injusticia del «affaire Dreyfus». No fue revisitar este reprobable deshonor del gobierno y el ejercito francés a principio del siglo XX, lo que más revolvió socialmente nuestro país vecino respecto al film.
Fue otra vez, una nueva acusación, todavía pendiente de verificar, pero probablemente muy creíble, contra Roman Polanski por violentar a una mujer. Ahora se trata de Valentine Monnier, que declara que los hechos sucedieron en el año 1975.
Polanski fue ya declarado culpable en los Estados Unidos por estupro y abuso sexual en 1977, hacia otra mujer, Samantha Geimer. Sin embargo, pese a reconocer estas faltas en su día, jamás cumplió la condena. Prófugo de la justicia americana, el director polaco, lleva ya 42 años asilado entre Francia y Suiza. Nacionalizado francés, su carrera ha seguido en Europa, después de sus inicios en el cine de nuestro continente, y cortando de raíz su corta pero intensa carrera al otro lado del Atlántico.
No son estos episodios, los únicos puntos negros en su biografía. Otras mujeres, le han acusado (aunque no ha sido procesado por ello) de hechos similares en las décadas de los 70 y 80. Recuerdan en ocasiones al reciente caso de Harvey Weinstein. Y manchan en vida, de forma probablemente justa, y sin duda, indeleble, los méritos cinematográficos, por otra parte innegables, del hombre que ha filmado auténticas obras cumbres del séptimo arte como Repulsión, La semilla del diablo, Chinatown, Tess y El Pianista.
Las tragedias y no sólo las acciones indignantes, han perseguido al autor toda su vida. Primero, sus vivencias infantiles como judío en el ghetto de Varsovia durante la II Guerra Mundial, perdiendo primero a su padre a los seis años, y luego a su madre en Auschwitz en el Holocausto. Después, las del censor y opresor régimen comunista polaco en su juventud. Y sobre todas ellas, las del asesinato de su entonces joven esposa, la actriz Sharon Tate a manos de la Familia Manson, en agosto de 1969 en su casa de Cielo Drive en Los Ángeles.
Me detengo un momento aquí. Pues debo clarificar que este artículo no busca justificar ni absolver al polaco en sus acciones en ningún momento. Aunque Polanski, niegue las nuevas acusaciones, creo que lo ya probado y juzgado merece por si mismo una condena no sólo moral sino claramente penal. Y sin embargo, el daño, las culpas del pasado y el antisemitismo, están presentes en su nueva película, y por ello, todos los antecedentes, por ser relevantes, han de ser mencionados por mi parte.
Fue el propio Roman, quien inició, por cierto esta última polémica. El autor esgrimió en la presentación mundial de la película en el Festival de Venecia y en diversas entrevistas, el argumento de que su nueva película nacía en defensa de la inocencia bajo la observación de una persecución implacable e injusta. Pero se refería, a que la policía americana, le señalaba como sospechoso del terrible asesinato de 1969, que es cierto que no cometió. Monnier por su parte, toma esa defensa de la inocencia, como justificación de su comportamiento sexual. Y aquí estamos, ahora. En pleno y justificado auge del movimiento #MeToo. Dilucidando si la condena del hombre merece ser trasladada a su obra.
Esta última cuestión siempre ha resultado difícil. Vayan a cualquier museo en el que puedan contemplar una obra de Caravaggio. Se sobrecogerán, como no, ante sus cuadros por su dominio magistral y tenebrista del chiaroscuro. Lean poemas de Rimbaud, y su belleza inundará su espíritu. Y nos hallamos, a la vez ante un asesino y un tratante de esclavos, respectivamente.
La separación persona-creación, es un tema eterno, siempre vigente. Mientras Oscar Wilde, defendía que no existían libros morales o inmorales, sino que los libros están bien escritos o están mal escritos, y que eso es todo lo que debería interesar a los lectores y a los críticos, otros escritores y pensadores como el caso de Susan Sontag, afirmaron que la estética y el arte conllevan siempre un componente moral, y que por tanto, desde tal punto de vista no se puede separar la moral del goce estético que produce una obra.
Este debate, existe en la comunidad cinéfila ahora. En Venecia, la propia presidenta del Jurado, la directora argentina Lucrecia Martel, no quiso asistir a la première del film , para no apoyar al realizador, levantando con ello ampollas. Pero curiosamente, rectificó después, tras verla en otro pase, para otorgarle al final, el segundo mayor premio del certamen: el Gran Premio del Jurado. La directora Céline Sciamma y la actriz francesa Adèle Haenel (que ha declarado ser víctima de abuso sexual en su juventud por el director Christophe Ruggia), y que han creado este año pasado una obra de arte como Portrait de la jeune fille en feu , siendo parte importante de la comunidad del cine francés, han manifestado que encuentran repugnante el reconocimiento de su propia Academia de Cine.
El público que vea ahora El Oficial y El Espía se verá envuelto en la misma dicotomía, entre la repulsión por la persona y la atracción por su creación. Tomando su título del famoso artículo del diario L’Aurore en defensa del oficial Dreyfus, publicado por el escritor Émile Zola en 1898, la película es la recuperación de la mejor narrativa de Polanski, desde El Escritor (The Ghost Writer, 2010), con la que no casualmente, comparte guionista adaptador y novelista original, el británico Robert Harris.
El personaje príncipal, (como es lógico, para el que conozca el asunto a fondo) no es el propio capitan judío Alfred Dreyfus (Louis Garrel), sino su antiguo profesor de la escuela de oficiales, el coronel George Picquart (un ajustadamente dramático Jean Dujardin), mando reconocido del ejército y antisemita. No teniendo nada que ver con el proceso, tras el destierro y prisión de éste a la Isla del Diablo en plena Guayana francesa de Dreyfus al ser condenado por traición, es hecho jefe de la inteligencia del ejercito francés.
No pasa demasiado tiempo, y pese a sus prejuicios, Picquart se enfrenta con ciertos hechos y pruebas, a una realidad: que la acusación hacia Dreyfus fue fabricada y manipulada, por parte incluso de alguno de sus colaboradores como el oficial Henry (un genuino Gregory Gadebois) y muy probablemente promovida por el Alto Mando francés para ocultar al verdadero traidor, ofreciendo a la opinión pública a un cabeza de turco en su lugar. Pero, cuando Picquart empieza a moverse en escalas superiores, sólo encuentra dificultades e incomprensión por el camino.
Amistades, antiguos apoyos en el mando, empiezan a prestar falsos testimonios contra él, y hasta su amante (interpretada por la actual esposa de Polanski, Emmanuelle Seigneur) debe abandonarle ante las presiones recibidas. Sin embargo, él continúa sus pesquisas, ya perseguido hasta por su propio gobierno, pues actúa no tanto por amor a un hombre al que en el fondo sigue detestando por quién es, un judío, sino por una mera y simple búsqueda de la justicia como ideal.
¿Es el Polanski de hoy en día identificable con la figura Dreyfus? Mi opinión es que en realidad, él se cree más encarnado en Picquart, un hombre que pese a sus defectos (grandes) y prejuicios (enormes), intenta creerse justo en un mundo tremendamente injusto.
La polémica de su estreno, como ya ha dicho, continuado hasta los premios Cesar de la academia francesa, donde ha sido aspirante a 12 estatuillas, incluidas mejor película, director, actor y guión adaptado, aparte de sus dos secundarios. Hay quien ha hablado mucho más allá de prohibir la exhibición de esta nueva obra de Polanski, sino en cuanto a vetar de forma absoluta al realizador y a su obra en todos los círculos. De momento, la propia dirección de la academia francesa de las artes cinematográficas ha dimitido en pleno, al no estar de acuerdo buena parte de sus miembros (aunque no la mayoría) en estos reconocimientos.
Y finalmente, para volver a incendiar aún más la cuestión, se ha llevado los premios de mejor guión adaptado y director para Polanski. Muchas actrices y directoras, incluidas Haenel y Sciamma, abandonaron en este momento la sala Pleyel donde se celebraba la ceremonia totalmente indignadas.
¿Resultaría justo someter las películas de Roman Polanski a la prohibición y al olvido por sus acciones personales? Mi respuesta personal, como ya he dicho es que sus actos personales resultan injustificables, y que aún debería pagar penalmente por ellos. Pero no es la misma en cuanto a su legado cinematográfico.
Tampoco esta última notable película de Polanski, pese a su clasicismo y mensaje universal (emparentado en cierta forma con el de Senderos de Gloria de Stanley Kubrick) pasará a su Olimpo particular, pero sigue recordándonos a un creador con fuerza y convicción pese a sus años. Mi impresión es que los productores de cine deben plantearse mucho mejor a partir de ahora a quién están financiando.
En todo caso, termino por concluir que sumir en la ignominia al conjunto de la producción artística ya hecha del polaco, tampoco diría nada bueno del género humano en general. Tess era su emocionante respuesta a la desoladora desaparición de Sharon Tate, que fue la que le descubrió la belleza y crudeza de la hermosa novela de Thomas Hardy; Chinatown, una asombrosa y original recreación modernizada del noir americano, y por último, El Pianista, una obra para la eternidad, que desde el caso real del ghetto de Varsovia vivida por Wladyzlaw Spilman, defendía la resistencia del espíritu del hombre y del arte en las peores circunstancias posibles.
Todas ellas rebosan de una sabiduría y belleza cinematográfica a veces muy oscura, pero también en ocasiones muy luminosa y trascendente. Estas dos últimas son justo las cualidades que le han faltado a su autor en su vida personal.
Quizás, unirnos en un esfuerzo censor a condenarlas a su no conocimiento público, sería contribuir a hacernos a todos nosotros, culpables de esa misma lesa humanidad. Aunque mi no, es claro hacia las acciones vejatorias de Roman Polanski, persona.
El debate moral sobre sus obras, también para esta última, en cualquier caso continuará inconcluso por ahora, como con los de otros autores. Ojalá lo haga eso sí, por mucho tiempo. Sus trabajos deben quedar accesibles para el análisis.
Y para todos sería lo mejor y más prudente, que el debate penal hacia él, no se cerrase en falso o que quedase inacabado antes de su muerte. Sus actos de maltrato sexual y sus abusos, merecen una medida y justificada pero a la vez, rotunda condena en vida.