Tras la resaca de los recientes Oscar 2020, quiero recomendarles dos películas notables, estrenadas en España este pasado 1 de Enero, que aún se pueden ver en pantalla grande en algunas salas. «Richard Jewell» de Clint Eastwood y «El Oficial y el Espía» (J’accuse) de Roman Polanski son los últimos films de sus experimentados y laureados realizadores. Ninguno de los dos entró a pelear en los grandes premios globales de este año y sólo el film del polaco ha tenido reconocimiento en Francia, aunque muy perseguido por una muy intensa polémica. Han influido en esta situación las intenciones del mensaje de sus creadores y en el segundo caso sobre todo las acciones de su director fuera de la pantalla. Ambos curiosamente reflexionan sobre la inocencia de sus protagonistas como concepto. Sin embargo, aparte del pensamiento crítico, la prensa en general se ha centrado en los conflictos de sus directores y guionistas a la hora de abordar estas creaciones. Quizá, unos meses después, sea justo el momento apropiado de abordar la valoración de estas obras de forma más fría y calmada.
Empiezo esta semana contándoles lo más sencillo. Comenzando por Richard Jewell. La conversación crítica y de prensa sobre el último film de Clint Eastwood parecía contener elementos similares a sus películas realizadas en la última década. Todo el mundo destacaba que otra vez, pero ahora con acierto, buscaba la reivindicación histórica de un nuevo héroe en el imaginario común américano.
No obstante, en esta ocasión, el veterano y casi nonagenario director californiano, tras la fallida 15:17 Tren a París (15:17 to Paris, 2018), o las más efectivas que sobresalientes, Sully (2016) y American Sniper (2014), lo hacía adoptando un formato de historia mucho más humilde, menos espectácular, más minimalista pero a la vez muy enfocada, muy a la medida de las características básicas de su nuevo personaje príncipal protagonista, basado en un personaje real.
Richard Jewell (interpretado con gracia y mimetismo por el actor Paul Walter Hauser), fue el guardia de seguridad que alertó sobre la colocación de una bomba que dio lugar al atentado de las Olimpiadas de Atlanta en 1996, y fue por ello, ensalzado como un héroe por los medios de comunicación. Sin embargo, poco después, al filtrarse que el FBI lo tomaba como sospechoso de la colocación del artefacto, fue también objeto inmediato de su hostigamiento.
Al final, Richard resulta objeto de esta persecución, y a la vez de otra aún más grave, ésta por parte de la policía y los servicios de inteligencia federal, que también incluye a su madre Bobi (Kathy Bates, que tiene cortas pero memorables apariciones). Al contar esto, de forma ágil y muy directa, el Eastwood director, recupera aquí sus buenas esencias de contador de historias, a pesar de cierto estatismo de su cámara. Es capaz de colocarnos como espectadores en la piel de un personaje diferente, del que no sabemos quizá tanto sobre su personalidad como nos gustaría, y que aunque nos presenta sus dudas y miedos personales, nos resulta interesante acompañar a lo largo de su tortuoso camino.
Jewell, se nos presenta aquí como un individuo, muchas veces ingenuo y de comportamiento social discutible, pero instigado a actuar por lo que cree que son sus buenos valores (y lo son en en su mayor parte). A la vez que conocemos su bondad, descubrimos sus peculiaridades, soledad y fracasos, pues su único sueño es ser agente de la ley, y tras múltiples rechazos ha acabado como hombre contratado para la seguridad de eventos. Cuando las dificultades llegan, la única ayuda que recibe en este proceso, aparte de su madre, es la de un antiguo compañero de trabajo, el abogado Watson Bryant (un estupendo Sam Rockwell), que ha montado su propio bufete.
Los primeros comentarios sobre el film fueron muy positivos. Y es en estas impresiones, en las que coincido con buena parte de la crítica. Pero ya resaltaban también algo en lo que estoy de acuerdo. Es una elección que resulta algo errónea en la dinámica del film, y que fue creciendo como tal en mis impresiones posteriores. La historia, tal y como queda en el montaje final en pantalla, está tergiversada por un hecho concreto.
Su guionista Billy Ray y el director, dieron por cierto con excesiva libertad, al no estar verificado, que la filtración en cuestión, fue hecha por un agente del FBI (Jon Hamm) a una periodista, Kathy Scruggs (Olivia Wilde), a cambio de favores sexuales por esta última.
A partir de este momento, la conversación en redes sociales y prensa sobre la película en cuanto a este hecho, lo empañó (con razón) todo. Y mientras la producción y la dirección del film, solamente refirieron en un comunicado oficial, que no representaba una recreación al 100% fiel a los hechos, otros como la propia Olivia Wilde, defienderon que su personaje tenía mayores matices en otras escenas rodadas de la película, pero que no se incorporaron al montaje final. Por tanto, no ampararon la veracidad de la situación, y en cualquier caso, no podrían respaldar en la realidad esta forma de actuar en la pantalla ni la creen reflejo de una ética de trabajo periodístico apropiada.
Esta discusión, y la aparición de una tendencia de opiniones desfavorables hacia su director en ciertos medios, pues es más que conocido por su habitual conservadurismo, son posiblemente los factores más importantes que han lastrado tanto el recorrido comercial de Richard Jewell, así como sus posibilidades de premios, donde sólo ha aparecido en los Óscar una nominación puntual para el rol secundario de Kathy Bates.
¿Ha tenido acierto el público en no acudir a las salas por estos motivos? A mi entender, las valoraciones reseñadas han pesado en ello, pero quizás en exceso, pues la película merece ser vista, como un apropiado y digno recordatorio de lo difícil (más aún hoy en día con las redes sociales en su momento álgido) que resulta escapar hoy en día de la cólera inmediata o de la culpabilización instantánea de los medios, para así poder buscar de forma más independiente las raíces de la verdad y defender la presunción de inocencia como se merece, apoyada por los valores de una bien entendida libertad, tema que ya desarrolló el californiano de forma magistral en Mystic River.
Es cierto que este último film no pasará a engrosar, lo mejor de la filmografía de su director, donde sí están la citada Mystic River tan excelsa como otras películas suyas como Sin Perdón, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima, Bird, Million Dollar Baby, Cazador blanco, corazón negro o Los puentes de Madison. Pero que haya pasado casi desapercibido, a excepción del cinéfilo amante de la narración clara y expositiva de este orfebre artesano del cine, es un cierto crimen. Todo hay que decirlo, si esta fuera la última película de Eastwood director, habría dejado el listón no solo alto, sino muy elevado. Esperemos que Eastwood, pese a su edad, aún tenga una oportunidad más tras la cámara para poder disfrutar de su cine.
La semana que viene volveremos para hablar en una segunda parte de este artículo sobre El Oficial y el Espía, y la intensa conversación y protestas surgidas a raíz de su estreno hace unos meses (pero que ha llegado incluso a estos últimos días), que envuelve a su director Roman Polanski.
Copyright fotografías: Warner Bros.