(¿Así que hay que ser flexible para una buena vida sexual?)
Desde que el universo me dio créditos para envidiar, dediqué los primeros créditos de envidia a las yoguis. Concretamente, esas yoguis que pueden adoptar posturas estrambóticas sin dislocarse un hombro. Las envidio sumamente por lo que tienen, por los elogios que despiertan y porque esa flexibilidad se apresura a mejorar ciertas áreas de sus vidas, seguro. También porque viven mejor que yo, pero eso no lo voy a admitir.
Pero soy muy sensible a lo que se relaciona con mi satisfacción sexual, aunque sea de lejos. En efecto, he oído suficiente que el ejercicio mejora la imagen corporal, hace que la libido te acompañe y te hace durar más. En eso no discrepé, y hasta entonces no me había molestado no llegar al estándar de influencer. Hubiera seguido con mi vida normal de no haber oído burlona a mi amiga decir que la flexibilidad te permite gemir “Aaahh” en vez de “¡Ay, ay!” en posturas que interesan.
Sí.
Clic. Vale, a ver qué hago. Lo de la flexibilidad es para el sexo, lo demás me da igual. El “Ay, ay” me reduciría a quedar como una vieja; no me conviene que el placer me trate con desdén. Ademas, las palabras de mi amiga (yogui, sí, ya que no pude con el enemigo, me uní a él) no son una nimiedad para mi orgullo.
Vale, a ver qué hago.
Primera disciplina: el ballet. Muy flexibles, muy encorsetadas para mi gusto, pero puede que valga la pena esto del plié développé enveloppé. De modo que pruebo algunas clases de lo más ordinario para principiantes.
Segunda: los estiramientos del yoga. Como si no tuviera motivos suficientes para odiar el estar sentada siempre en el trabajo, mi amiga exclama: «¿Culo plano? Ese es el menor de los problemas. ¡Todo ese agarrote en las lumbares, en las caderas, en tu pelvis! No hay flujo de energía, no hay flexibilidad, pareces un palo. Además, la tensión que acumulas no te deja fluir, ya me entiendes”. Ante mi contrariedad, mi amiga me interrumpe para recomendar la postura del bebé feliz, el straddle (sentarse en el suelo y abrir las piernas lo más posible y estirar) y la postura de la mariposa. Eso para empezar. Luego me deja en manos de Google (search:”ejercicios para la flexibilidad”), y me felicita gentilmente por adelantado.
Tercero: el sentido de los ejercicios de siempre. Entablar una nueva relación entre lo anodino y lo ambicionado es una forma de reciclar la motivación, bien lo saben los pros del marketing. Las sentadillas sirven para que los músculos estén tonificados para cuando quieras ponerte encima. Los puentes sirven para fortalecer los glúteos, caderas, los músculos del suelo pélvico y tener orgasmos más intensos y controlados. Tener fuerte el core mantiene la espalda fuerte para movimientos más intensos: para eso abdominales, planchas, y la posición de la V (esa también fortalece el interior de los muslos, para acceder a más posturas). Y unos brazos fuertes no se quejarán cuando yo esté encima. ¡Eureka! Se me acabaron las caras largas a la hora de hacer sentadillas.

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Cuarto, algo divertido: clases de flexibilidad sexual para parejas. En Estados Unidos las hay, con la doble intención de que los cuerpos sean más flexibles y de, por otra parte, que ambos descubran nuevas facetas en su intimidad. Eso lo probé hace unas semanas, aprovechando que ambos estábamos en casa y había ganas. Tras enfrascarme en la búsqueda de posturas de internet y separar lo perturbador de lo importante, logré encontrar lo que se tradujo en lo que un psicólogo de parejas diría «actividades innovadoras de tiempo de calidad»

¿Resultado? Todas mis expectativas se han visto confirmadas. No hace falta ser flexible para ser buena en la cama, pero una buena flexibilidad es mejor sexo. De paso, he tenido la suerte de dormir mejor. El ballet ha ampliado mis movimientos en la zona que más se compromete durante las relaciones sexuales, los estiramientos me han hecho llegar más lejos, y los ejercicios, llegar mejor. Lo curioso ha sido la flexibilidad en pareja, echaba de menos esa elocuencia a la hora de hablar sin palabras. Por último (no por ello menos importante), el hecho de explorar mis límites, los suyos, y los de ambos.