A lo largo de la historia la humanidad ha anhelado alcanzar la inmortalidad. Muchas religiones han prometido el paraíso, o al menos la oportunidad de reencarnarse. Otros han pretendido pervivir a través de su legado o en la memoria de las siguientes generaciones.
La verdad es que por más que intentemos alargar nuestra vida, la muerte es un hecho biológico que a todos nos alcanzará. Nuestro tiempo es limitado y por eso debemos usarlo con sabiduría si no queremos malgastar nuestra vida. ¿Cuánto tiempo y energía desperdiciamos en actividades que no nos aportan valor? Redes sociales, televisión, charlas insustanciales…
Para poder valorar qué es lo que merece nuestro tiempo y nuestra atención, primero tendríamos que decidir qué queremos hacer con nuestra vida, y no dejarnos llevar por la inercia de nuestros hábitos o de lo que se supone que debemos hacer. Pero, ¿quién tiene el tiempo y el sosiego para plantearse con seriedad qué sentido dar a su vida?
Aunque no siempre lo hacemos, parece bastante claro que lo primero que deberíamos hacer es eliminar de nuestra vida todas las actividades superfluas. Pero el problema es que, aun dando este primer paso, con seguridad todavía nos van a quedar muchas más cosas de las que razonablemente podemos abarcar.
¿Qué hacemos, entonces? ¿Trabajamos frenéticamente y llenamos nuestro día con el máximo número de cosas? ¿Sacrificamos el ocio y el descanso? Aún así no podremos llegar a todo, y la dispersión de nuestro esfuerzo nos impedirá alcanzar grandes resultados en ningún campo.
Quien mucho abarca, poco aprieta. La productividad no consiste en hacer muchas cosas, sino en hacer las más valiosas.
«A quien corre en un laberinto, su propia velocidad le confunde».
Lucio Anneo Séneca
La gurú japonesa del orden, Marie Kondo, nos invita a revisar nuestro armario ropero y desprendernos de todas aquellas prendas que no sean excelentes. Conservar sólo las que estén en buen estado, que vayamos a vestir a menudo, y que nos hagan sentir bien.
Si hacemos esta limpieza con rigor, probablemente vamos a descubrir prendas que habíamos olvidado en el último rincón del armario y nos vamos a quedar con mucha menos ropa de la que teníamos antes; eso sí, la mejor y con espacio suficiente para colocarla bien ordenada y accesible. ¿Porque no procedemos con nuestra agenda diaria, repleta de actividades, de la misma forma?
No se trata de hacer muchas cosas, y de tener mucha ropa, sino dedicarnos a lo que realmente es importante. Despejar el armario para que lo que quede esté debidamente colgado con holgura en su percha. Para ello, debemos aprender a decir no. No a las ocurrencias repentinas que nos desvían de nuestra tarea actual, y que si las dejamos reposar un tiempo se mostrarán como irrelevantes. No a los requerimientos de los demás que nos alejan de nuestro objetivo.
Reconocer que no somos responsables de satisfacer los deseos de los demás; tampoco lo somos de sus reacciones. Somos nosotros quienes hemos de fijar que es prioritario en nuestra vida, si no lo hacemos, serán otros los que lo hagan. Si aprendemos a decir no de forma educada y firme, nos estaremos respetando a nosotros mismos, y haciéndonos respetables para los demás. Siempre es mejor rechazar un compromiso desde el principio, que aceptarlo a regañadientes para luego no cumplir bien.
Di «no» a todo lo que hacemos por inercia es tan importante como adquirir el hábito de cuestionarnos periódicamente si todo lo que hacemos contribuye claramente alcanzar nuestro objetivo vital.
Si eliminamos de nuestra vida un número suficiente de cosas, ganaremos en claridad y dejaremos espacio suficiente para dedicarnos a lo que realmente importa. Tendremos tiempo también para cuidarnos y descansar, para reflexionar, para mirar a nuestro alrededor y detectar oportunidades, así como para tomar mejores decisiones.
«Le mieux est l’ennemi du bien»
Voltaire
Se atribuye a Voltaire la expresión «Lo mejor es enemigo de lo bueno». Que nos invita a no caer en la falacia del Nirvana, que consiste en rechazar cualquier solución realizable ante un problema por encontrarla defectuosa al compararla con un ideal inalcanzable.
Esta, como casi todas las sentencias, admite también la lectura contraria. Lo bueno puede ser enemigo de lo mejor. Si mantenemos nuestra mente llena de ideas simplemente buenas, no dejaremos espacio para las brillantes.
Muchas de los grandes descubrimientos de la ciencia han surgido fuera del taller o del laboratorio: paseando, o en la ducha. Arquímedes, por ejemplo, formuló su principio cuando estaba tomando un baño.