Ser puntual, hacer tu trabajo, escuchar, darlo todo, ser sexy en el trabajo y que cuando llegues a casa tu familia tenga los restos de ti, hacer horas extra… eso en algunos sitios es de empleados estrella; en otros, lo mínimo. Cuanto los empleados más se esfuerzan en incrementar su dificultad de reemplazo, las empresas más luchan por minimizar la dificultad de remplazo de los empleados. Conflicto de intereses.
Puede que te encante tu trabajo y te identifiques con él, puede que consideres tu trabajo como un mero trámite para conseguir dinero. Lo que sí es verdad es que en algún momento has tenido miedo a perder el trabajo, bien sea porque el ambiente se enrarece, te enfermas o pasaras por una racha de estrés que hicieron que no fueras la misma persona. Mantener el trabajo es una de las mayores preocupaciones en general, y ahora más todavía. Hay economías que apenas comenzaban a levantar cabeza después de la crisis del 2008 y ¡BUM! Ahora ven que llega esta.
En momentos de crisis nos gusta pensar: “Si hago lo que tengo que hacer, no me echarán”, para sentirnos mejor. Pero en momentos como este, la definición de “lo que tengo que hacer” es lo más ambiguo que existe. Está tu puesto, lo que piensa tu superior, lo que dice realmente, lo que escuchas, lo que entiendes, lo que puedes hacer, lo que te dejan hacer, lo que reconocen que has hecho…
Así que pueden echarte por cualquier motivo:
Por reducción de plantilla: Sencillo, lotería más o menos objetiva, pero… ¡te ha tocado!
Por ser el centro de atención: Puedes ser una persona que, por lo que sea, llama la atención y por eso acabas en el punto de mira. Y claro, contigo pueden tener menos piedad porque tácitamente te pueden exigir más.
Por no encajar: Porque en la oficina todos andan como pollos sin cabeza, tienen su dinámica ya habitual de estrés y acostumbran a gritar, enfadarse y mostrar su frustración mientras que tú tienes otro ritmo, otra forma de ver las cosas. Puede que en la oficina todos se van a las 8 de la noche y son de hacer afterworks hasta las tantas, mientras que a ti te gusta salir a tu hora, practicar tus hobbies y tener tiempo para tu familia y tu vida privada. Eso, sinceramente, en algunos trabajos se ve mal.
Por ser demasiado guapa: No serías la primera persona.
Por intimidar a tu jefe: Puedes ser una persona muy competente, con un perfil brillante y dinámica, y que tu jefe te haya reclutado por eso. Con el paso del tiempo muestras tu brillo, tu competencia y además, tienes una cercanía inusual. Mal. Mal si tu jefe es una persona insegura, de esas que se ven amenazadas por toda cosa que brilla más que ellos.
Por lo que pones en redes sociales: Un jefe que decide despedirte porque no le gusta tu Twitter (tú no se lo has dado, pero él te ha encontrado y cotilleado, of course). También puede despedirte porque ha leído comentarios tuyos sobre la empresa, sobre él —pero si lees Dévé en ese error seguro que no caerás.
Por estar embarazada: Sigue pasando…
Por ser caro. Oh, la economía, siempre la economía. Puedes encontrarte de repente con que un director decide que quiere ahorrar costes para llevarse un bonus a final de año. Y te mire y se diga: «Este me sale muy caro, voy a echarle y contratar a un junior ilusionado que se matará por hacer todo lo que le diga por la mitad de sueldo. ¿No lo hará bien? No importa; ahora lo que es prioritario es presentar resultados y dar imagen. Luego cuando tenga mi bonus me cambio de trabajo y cuando todos los problemas vayan a aparecer, yo ya estaré fuera de alcance.»
Moraleja: antes de autoculparte considera las razones que no están en tu control, y que siempre, siempre, siempre, esconderán detrás de frases estándar para no admitirlo.