
Cuando hablé de las jefas en Jefas: ¿es verdad que las mujeres no las quieren?, algunos esperaron que rectificase diciendo jefes, en general. Hoy diré lo mismo que la última vez. Sí, puedo decir los —como conjunto de masculino y femenino—, pero a veces el generalizar nubla lo que se dice, y al final nadie se da por aludido. La literatura nunca debería confundirse con mero entretenimiento inofensivo. Al menos en lo importante, reconozcamos que hombre es hombre y mujer es mujer. Más en un mundo en el que por el hecho de ser mujer, una está expuesta a una serie de estímulos diferentes a los que pasan los hombres, con todas sus consecuencias.
No se habla de salud mental vs liderazgo entre las managers millennials
Los profesionales millennials (nacidos entre 1981 y 1994) y generación Z (1995 – 2010, aproximadamente) son muchos, y prometen presionar al mundo corporativo para que adopte formas más equilibradas de concebir el trabajo. Eso sí, el mundo corporativo no los presiona y somete antes. Paralelamente, es normal que la mayoría de los nuevos managers de las empresas sean millennials —y que una buena parte de estos nuevos managers sean mujeres—. Mujeres que, por cierto, soportan una importante carga mental, que incluye que la Generación Z sea más reacia a las mujeres en puestos de liderazgo, como indica el estudio del índice de liderazgo de Reykiavic.
Pretender conseguir una estabilidad laboral a la vez que realizar objetivos de vida tan básicos como ser madre y tener un lugar decente donde vivir es una odisea en Occidente. Para el mundo corporativo actual y el sistema, estos dos objetivos parecen incompatibles. O al menos, has de buscar primeramente el trabajo y su justicia, y todas las demás cosas te serán añadidas (sí, eso). Si no me crees, por qué la maternidad y el comprar una casa se retrasan cada vez más. Por qué no se hace nada hasta que la carrera, el tipo de contrato y el salario lo permitan. Luego pasa lo que pasa, la crisis de mediana edad de los millennials (de la que hablo aquí) en parte es porque a cierta edad, la gente sólo tiene empleos insatisfactorios, poco más.
En cualquier otro medio podrás leer que las mujeres lidian con muchas desavenencias en el mundo corporativo. También podrás leer sobre la epidemia de mala salud mental. Pero es sorprendente que no se hable más alto de la relación entre salud mental en la sociedad, la salud mental de las mujeres y resultados de liderazgo en las organizaciones.
Eso sí, Instagram y LinkedIn se llenan de píldoras de coaching.
El cóctel explosivo para la manager millennial
Pero hablemos de la naturaleza humana en puestos de mando. A quien se le junta el síndrome del impostor con querer demostrar valía en el trabajo con el querer ganarte la permanencia en una empresa y el deseo de ser relevante en un puesto, probablemente acabe compitiendo más de lo debido.
Las mujeres millennials en el mundo corporativo se encuentran manejando percepciones opuestas sobre su identidad. Han de ser trabajadoras, exitosas, asertivas, al mismo tiempo que conciliadoras, receptivas, no demasiado autoritarias; ganarse el respeto de los demás, defenderse de las microagresiones, cumplir con todo lo que les mandan sus superiores con pensamiento crítico y compensar la poca experiencia con respecto a compañeros más senior con tres idiomas y mucho trabajo duro.
Fuera del trabajo, quizá una mujer millennial le suceda el querer competir involuntariamente con el novio con el que convive en el piso de alquiler, porque una no puede quedar por debajo (no vaya a ser que él la toree). Para más inri, ella trabaja ocho horas igual que él, pero lleva la mayor parte de la carga mental y temporal para realizar las tareas de casa. Además, ha de hacer de project manager y decirle al hombre con el que comparte vida qué tareas ha de hacer, cómo y cuándo hacerlas, porque él sabe todo sobre sus hobbies y su trabajo, pero sobre la casa no.
Es un conjunto de presiones difíciles. Raro es que no desemboquen en comportamientos agresivos, por no decir tóxicos. Pero en el mundo corporativo las mujeres tienen que poder con todo, ese es el dogma. Hay que demostrar que una está a la altura. Cada esfuerzo, cada hora extra, cada reunión de trabajo a costa de tiempo personal es una inversión en la carrera que tarde o temprano tendrá su recompensa. No pasa nada si al final del día una no se soporta a sí misma, toma ansiolíticos o melatonina para dormir, o si ya perdió la libido. Todo por causa.
«Apenas comienzo a saber quién soy, y ahora me toca liderar a esta gente»
He tardado casi diez años en desvelar el enigma, pero al final lo logré. Una década y tres países diferentes, en tres idiomas diferentes. Todo comenzó hace diez años, cuando tenía mi difunto blog, cinco años antes de fundar Dévé. En esa fecha escribí que el liderazgo tiene más componente de carácter que de formación. Resulta que a lo largo de la última década conviví con varias managers millennials con aplomo, fuerte pisada y voz grave forzada, de las que aparentaban creer que serán jóvenes, listas e incombustibles para siempre —o al menos, creen que han de serlo—. Pero observar los motivos de fondo me hacía saber que ambas estábamos en la misma galera, respirando el mismo aire: el de la incertidumbre.
Dicen que el cerebro humano no lleva bien la incertidumbre. Evidentemente, eso no debería eximir de responsabilidad a nadie; el ser humano tiene capacidad de elegir la respuesta que da a los estímulos externos. Pero ¿qué respuestas elige una manager millennial según el momento existencial en el que está? ¿Cómo responde según su carácter? ¿Según su salud mental? ¿Cómo actúa según lo que pasa en su vida privada? Esa es la cuestión.
Como dicen los que saben, si quieres conocer a una persona, dale poder. Los hay que perciben, ante su asombro, que apenas se conocían a sí mismos, y ahora les toca liderar personas. Otros se aturullan porque están en sus 30, esa edad en la que a priori ya comienzas a saber quién eres, y de repente, el chute de dopamina que da el tener poder sobre otra gente trae el chute de cortisol, porque el liderazgo es más complejo de lo que parece.
Otros usarán el poder como quien usa el dinero para la satisfacción de sus impulsos más bajos, o como una pseudo-terapia para sus incertezas o asuntos no resueltos. Lo peor es que todos los de alrededor verán el problema, menos quien ha de verlo. Mientras haya poder, ¿para qué pensar demasiado en salud mental? Ya se hará algo cuando la vida personal se desmorone.