Quienes subestimaron a la Gran Dimisión, no vieron venir a la Gran Dimisión Silenciosa.
En Estados Unidos sonaron las campanas de la Gran Dimisión y en Europa la primera reacción fue preguntarse si el viejo continente experimentaría algo así de innovador. Millones de profesionales sueltan sus empleos para soñar con un futuro profesional más interesante, quizá menos pagado, pero con más sentido. 4 millones de personas al mes –llegando hasta tener un 44% de la población estadounidense en búsqueda activa de otro empleo y un 39% de trabajadores en Francia que afirman estar listos para cambiarse.
Los que más se cambian son de sectores que no se apreciaban tanto hasta que llegó la pandemia: trabajadores de hostelería y alimentación. Estos abandonan una vida esclavista hacia nuevas vocaciones, mientras el sector de la medicina y enseñanza experimentan lo que ocurre cuando tu vocación acaba en burnout.
Ya sabemos por qué los americanos hicieron la Gran Dimisión. Pero quizá esto no.
Hay una primera explicación de índole cultural. Estados Unidos tiene mayor cultura de movilidad que Europa y al mismo tiempo que ahí es fácil despedir a alguien, por parte de los trabajadores hay (cada vez) menos compromiso con la empresa. Consecuencias de la modernidad líquida. A ello se añade el componente de pausa y reflexión sobre qué se quiere hacer en la vida: “Esto ha dado más confianza y resiliencia a la hora de abandonar el empleo, cosa que no sucedía antes”, afirma Matthieu, coautor del libro Vete a vivir, un ensayo sobre el trabajo y su rol en la sociedad moderna. “Estados Unidos no tiene una historia de enraizamiento, tiene más cultura de moverse, de migrar y ahí el trabajo es una forma más de movilidad”.
¿Es posible esto en España?
“No”, responden rápido los jefes chulos de Linkedin. “Aquí, como no hay tanta oferta de trabajo, no se irán, no lo pueden permitir”. Por un lado, oficialmente para abandonar un empleo y mantener los ingresos se requiere una ruptura convencional, o ser despedido justo cuando lo necesitas. Si fuera posible mantener ingresos igual que cuando te despiden, o si fuera más fácil pasar de un empleo a otro, las cosas serían diferentes. Pero en España, los que pueden permitirse dejar un trabajo sin un plan B son quienes tienen opciones en su carrera o bastantes ahorros. Más de uno habrá procurado que le despidan, pero hay un pulso tácito entre tú esperar a que te despidan y tu empresa esperar que tú dejes el puesto.
Peor que la gran Dimisión es la gran Desconexión. O la Gran Dimisión Silenciosa
En países como España, la cultura y el contexto no favorecen una dimisión llamativa como en Estados Unidos. Pero a grandes males, grandes remedios: “La gente no deja sus trabajos, pero sí su implicación en ellos”, apunta Jesús, director de una escuela de negocios de Madrid. No es posible dejar el empleo, pero sí ir al puesto, hacer lo que se te pide, hablar poco, no implicarte emocionalmente y moverse en el espectro de acciones que definen el “hacer lo mínimo para no ser despedido”. Pero por dentro, ya no trabajar para esa empresa. En el interior, el mantra es “En cuanto salga algo mejor, me voy”.
¿Y los que no ven algo mejor? Son los que no están dispuestos a sacrificar ni su tiempo personal ni su salud mental por un trabajo que les paga lo mínimo posible para que no se vayan. Con el que hacer planes de vida —como comprarse una casa o tener una familia— es imposible.
Y esta dimisión silenciosa, ejercida sobre todo por millennials, da miedo: la desgana se generaliza y las empresas no saben qué hacer con ella. En algunos lugares donde la plantilla tiene empleos fijos, buscan compensar esta desmotivación eliminando el teletrabajo —cuando lo hay, solo en torno al 30% de la población trabajadora puede trabajar desde casa—. En otras empresas se invierte en campañas de branding que, cuando se encuentran con trabajadores quemados, se interpretan más como torpe proselitismo que intentos honestos de motivación. Los departamentos de estrategia empresarial deben estar trabajando mucho.
El desafío de las culturas de empresa
Antes de concluir que la gente ya no tiene ganas de trabajar, quizá ayude saber más. Por ejemplo, qué le pide ahora la gente a su empleo. “Percibo que el mercado laboral ha cambiado en términos de oferta y demanda”, afirma Nikie, responsable de Recursos Humanos afincada en París. “Sí veo que los profesionales cualificados en el sector de las telecomunicaciones en el proceso de contratación saben que la negociación les favorece más que antes”. Ya no solo hablan de salarios, mejores contratos, días de teletrabajo, jornadas reducidas y que la empresa fomente su formación con cursos y certificaciones.
Entre empresas de un mismo sector, una organización retiene más talento y se distingue de la competencia si hace contratos indefinidos, da un sueldo aceptable, y permite un mínimo de conciliación. Una empresa que invierte miles de euros en una campaña de rebranding y organiza eventos de networking, pero sólo ofrece contratos temporales y un sueldo precario sin vistas a mejorar queda como embustera. Lo del buen ambiente y posibilidad de progreso lo damos por hecho.
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¿Y el teletrabajo? ¿Qué pasa con el teletrabajo?
Muchos medios hablan del teletrabajo y sus evoluciones, pero la mayoría de trabajadores está excluido. Sobre todo, los que estuvieron en primera línea durante el confinamiento y los de puestos menos cualificados. Sobre estos últimos, Nikie matiza que «prefieren no asumir riesgos y permanecen en sus empresas». Pero en este aspecto, vista la tendencia a quitar el teletrabajo, se aprecia que queda bastante por hacer por parte de las empresas. Para empezar, trabajar la confianza. La confianza en los trabajadores no forma parte de la cultura directiva. Parece que se dejó trabajar a la gente desde casa a la fuerza, porque no quedaba otro remedio, pero ahora el recelo resurge. Y no dan ganas de trabajar para alguien que no tiene suficiente con monitorear tu ordenador, sino que además, desconfía de ti.
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Sí, la gente quiere trabajar menos y ganar más.
No necesariamente más dinero, sino más vida –y quizá, ganando más vida, se recuperen las ganas de trabajar–. Los que pese a tener una carrera se encuentran cobrando poco y concluyen que su rol es precario, se dicen a sí mismos que nadie les paga por matarse trabajando. Por eso prefieren centrarse más en su carrera que en su empleo. Los que tienen puestos más asentados a raíz de unirse a conversaciones sobre el trabajo y su sentido, tienen menos miedo a poner límites y salir de su trabajo a su hora. Pero ambos muestran a sus empresas que hay más ganas de vivir y menos de trabajar. Que la gente tiene una vida y quiere ser dueña de su tiempo.
Y eso, para algunos, es un nuevo enemigo. Pero a este ya no se le puede derrotar; mejor unirse a él.