
Nos divertimos menos: el sentido del entretenimiento se ha superpuesto, no se sabe desde cuándo, al sentido de diversión.
La gente cada vez se divierte menos (algo activo, que haces tú) y se entretiene más (algo pasivo, que te hacen). Las industrias del entretenimiento cada vez manejan más dinero. Hay personas que se quejan por pagar por un libro, pero compran suscripciones de Netflix sin rechistar. Ver un partido de fútbol desde el sofá y criticarlo sí, salir a jugarlo con amigos no.
Tengo plena conciencia de la responsabilidad que asumo al plantear aquí, en Dévé, algunas ideas sobre las tendencias dominantes en la sociedad moderna. Lo hago con la esperanza de que un cierto grado de evidencia prepare el terreno para algún tipo de cambio.
Sociedad moderna no hace referencia necesariamente a las sociedades del primer mundo, también hay sociedades modernas en países donde en 2022, el Wi-Fi y el 4G llegaron antes que el agua potable, la sanidad y la recolección de basura.
La verdad es que la gente pasa más tiempo ante una pantalla que ante otra persona. Al menos somos conscientes de que nos divertimos menos: los bebés a los que sus madres, sin energía (o interés) para estar con ellos, les entregan un teléfono para que se entretengan quizá no sepan que la diversión existe. Pero aquí no hay bebés, de modo que el entretenimiento es el tema de este texto.
Breve historia del entretenimiento y la diversión
«Quisiera empezar definiendo entretenimiento y diversión», comenta Silvia García Argente, empresaria y experta en capital humano, antes de entrar en la pregunta de por qué nos divertimos menos. Para ello, propone acudir a la etimología de la palabra y analizar su evolución a lo largo del tiempo. «El término “entretenimiento” viene del latin y está formado por el sufijo -miento (que quiere decir medio o resultado) y los verbos inter tenere, que traducidos son “entre” y “tener”. Esta palabra expresa la idea de utilizar un medio para «tener o captar la atención de alguien». A lo largo de la historia se ha asociado a la acción de divertirse. La palabra divertir viene del latín divertere y quiere decir “dar un giro de dirección opuesta”»
Lo que a priori se asumió como algo neutro, se topó con la religión antes de lo esperado: «Durante la Edad Media se solía considerar que entretenerse, divertirse o distraerse era, como las etimologías de estos términos indican, un desvío del camino», prosigue Silvia. «La iglesia (católica) quiso aprovecharse de esta traducción literal del latín para asociar el concepto a la acción de desviarse para caer en toda clase de vicios (hijos de la ociosidad, como dice el tópico)».
Pasaron generaciones de asumir el entretenimiento como censurable hasta que en 1662, el matemático, teólogo y filósofo francés Blaise Pascal, elaboró un estudio sobre el tema publicado en la revista Pensées en 1670. Aquí manifestaba la idea contradictoria de que era necesario distraerse y, por lo tanto, apartarse de lo esencial.
Ahí comenzó lo bueno. En la obra del profesor alemán Johan Huizinga, Homo Ludens (1938) se define por primera vez la ludología, que hace que innovadores sistemas de aprendizaje estén basados más en el placer que en el dolor.
Los conceptos asociados al sentido del placer pasaron de ser vistos como perniciosos a considerarse un recurso necesario para el bienestar. Aunque la ramificación de los mismos con el paso del tiempo y la evolución de los estilos de vida dan para distinguir matices entre ellos. También hacerse preguntas: ¿Qué es el entretenimiento? ¿Qué es la diversión? ¿Qué implica elegir una y no la otra?
El entretenimiento es algo más pasivo y la diversión supone más interacción. Antes de que los nuevos puristas se pronuncien, Silvia resalta que «un poco de espacio libre de responsabilidades y donde reponer la energía física y mental es necesario para mantener la buena salud y calidad de vida».
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Hasta aquí todo bien ¿o no?
Pues hay algo más: la diferencia entre entretenimiento presencial y el nuevo entretenimiento virtual. En realidad no es tan nuevo, antes se mencionaba la televisión como el primer factor de entretenimiento y también como raíz de distracciones y disfuncionalidades asociadas a las mismas. En un año como este, vemos cómo ha evolucionado el entrenimiento. Cambió el modo de ver películas, leer un libro o escuchar música. Como también se afianzaron otras maneras como navegar en Internet o interactuar en la redes sociales. Pero la virtualidad también se aplica a la diversión: videojuegos (online, multijugador, solitarios), creación de contenido, y otras actividades.
¿Dónde está el problema entonces? En que ahora nos divertimos menos. Una simple observación a la industria del entretenimiento puede dar una pista. Cada vez tiene más gente, maneja más dinero y brilla más fuerte. En las películas, series, música, estándares, hasta en las noticias —algunas parecen más diseñadas para entretener que para informar—. Al parecer estamos en la era del culto al entretenimiento inmediato, listo para consumir.
La gente en realidad no quiere pensar demasiado.
Los algoritmos de las redes sociales funcionan en parte como el cerebro. Saben cómo funcionamos, y por qué nos divertimos menos. Al cerebro le atrae el placer (la famosa dopamina), y cuando se satisface la necesidad psicológica de placer desde el entretenimiento, puede carecer de un sentido del límite. Es como el azúcar o los videos de unicornios de Tiktok a los que no sabes cómo llegaste (cuando se supone que ibas a leer un libro). Pero lo justo es recordar que sin deber, el placer al final deja de ser placer. «El verdadero sentido que tienen la diversión y el entretenimiento es desconectar de las obligaciones. Ahora yo me pregunto, para poder desconectar de las obligaciones y responsabilidades primero habrá que estar conectados a ellas, ¿no?»
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Trabajar muchas horas mata
Por otro lado, quien pasa toda la jornada trabajando, al final del día carece de fuerza de voluntad para involucrarse en una actividad que consuma energía —o que haga pensar—. El cerebro tenderá al mínimo esfuerzo, y preferirá ver un partido de fútbol en la televisión a jugarlo en la calle, o ver una serie a conversar con la familia. La diversión queda en segundo plano, nos divertimos menos. Todo asumiendo que la situación socioeconómica da para desenvolverse y no hay problemas de insomnio o vecinos que no dejan dormir.
Parece que no queda otra cuando no se posee el tiempo, cuando para uno y su familia solo quedan los restos. Entonces el entretenimiento es una vía de escape, una fuente de placer, un chute de dopamina —el único que hay cuando el estrés laboral hasta anula el placer sexual—. El problema es cuando hasta las redes sociales más populares están en mutación constante para mantener la atención de unos usuarios cada vez más distraídos. Cuántos deambulan por las redes sociales (y por la vida) sin nada que les haga disfrutar. Como cuando dicen que la fruta de hoy no tiene el mismo sabor que antes, cuando son las lenguas atrofiadas de tantos azúcares que consumimos las que perdieron capacidad de detectar sabores. «¿Acaso nos estamos corrompiendo a través del abuso de los recursos que hasta ahora han resultado ser tan terapéuticos y aliviadores?», concluye Silvia.
¿Qué haremos si nos damos cuenta de que nos divertimos menos? Quizá conoces a alguien enganchado a alguna forma de entretenimiento hasta el punto de ya no disfrutar de nada —si has llegado hasta aquí, felicidades, no eres tú—. Probablemente, para recuperar el sentido del placer, del entretenimiento y de la diversión haga falta una desintoxicación.
No dejarnos llevar por el impulso inmediatista. Crear más contenido en lugar de conformarse con consumir. Jugar el partido de fútbol en lugar de conformarse con verlo. Innovar en el sexo. Divertirse más, de nuevas formas. Esto puede servir para comenzar a recalibrar el cerebro hacia una vida con más sentido. ¿No es eso lo que deseamos al final?
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