En una escuela de Maastricht, en los Países Bajos, un par de estudiantes adolescentes están revisando las respuestas a un cuestionario. No están muy seguros de que los datos sean 100% correctos, pero aseguran que todo está bien, según Internet.
Así comienza uno de los capítulos de Cómo piensa el mundo, una historia global de la filosofía, de Julian Baggini. Durante generaciones, hemos tenido la cuestión de qué fundamenta nuestro conocimiento, qué justifica que estemos tan seguros de que nuestras creencias son ciertas. Tácitamente, esta es la pregunta fundamental de la filosofía. Pero, como dice Baggini, que ahora para una generación la respuesta a esta pregunta sea «Internet», asusta.
El poder del SEO y el posicionamiento web
Sin embargo, no es sólo tema de adolescentes. Los adultos le preguntamos de todo, y nos fiamos de lo que nos responde. Tanto, que estoy segura de que pronto podrá conocerse a una persona por su historial de navegación y lo que busca en Google. Pero la subyacente ingenuidad de los adolescentes al asumir que Internet es un recopilatorio 100% fiable de verdades es el reflejo de cómo pensamos. Durante siglos, se ha dado por hecho que el conocimiento es producido en común por humanos con diferentes áreas de experticia. El conocimiento fiable compone los datos más actualizados y ciertos y gracias a Internet, esta colección de verdades ya está en manos de todos.
Si lo del párrafo anterior fuera la verdad pura, me quedaría tranquila. Pero todos los que escribimos textos para Internet sabemos de la batalla del SEO y el posicionamiento web. Incluso en LinkedIn, quien no sepa gran cosa —o quien sólo viene a mirar— puede entender que los algoritmos tienen que ver en lo que finalmente se acepta como lo digno de verse —ergo, la verdad— y lo que no. El tema es cuando la verdad ya se entiende como lo mejor posicionado en Google, como lamentaba recientemente Tomás Aparicio, el campeón del mundo de oratoria 2023. Podemos llegar a casos de textos vacíos, llenos de palabras clave, con información y sin conocimiento, pero que se posicionan como la verdad porque «el 45% de la población da por válido el primer resultado que aparece al hacer una búsqueda en Google».
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La desinformación es un hecho
Y las consecuencias de nuestra falta de hábito a cuestionar y ser cuestionados de adultos, también. Hace pocos días entrevisté a Ramón Maurel, mentor de ejecutivos, y uno de los temas fue el peligro de una sociedad que cada vez piensa menos y se ofende más. Estarás de acuerdo en que la confrontación ha tomado un cariz más bélico y por desgracia, personal. Una consecuencia es el miedo a represalias, en lo personal y también en el mundo corporativo. Luego (¡sorpresa!), nos quejamos de que no hay pensamiento crítico y sólo se dice lo que gusta oír. Paradójicamente, esta es la sociedad que tiene más información que nunca —todo está en Internet— pero la que muestra menos recursos para hacer frente a tiempos de incertidumbre.
Merecemos algo mejor. Creo que es el momento de debatir más offline. O al menos, en vivo. Decimos que necesitamos más pensamiento crítico, pero si nos falta el cómo, aquí lo tendríamos. Es hora de pulir la capacidad de argumentar y ser capaces de expresar ideas sólidas. Deberíamos poder debatir más, recuperar el gusto intelectual de expresar con orden, claridad y precisión nuestras ideas —una vez confirmado que son nuestras—; no sólo en clubes de lectura o talleres puntuales de oratoria. Y, por qué no, habituarnos a cuestionar nuestros sesgos cognitivos. Seguro que nos iría bien.
¿Esto también aplica a ChatGPT? Este artículo lo esclarecerá.