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Las 40 horas semanales y el sentido de la importancia

El sentido de importancia que le damos al trabajo se cuestiona tras la pandemia. ¿Qué respuestas hay?

Hombre enterrado en sus horas de trabajo | (c) Nathalia Rodríguez - Dévé

«El trabajo dignifica y hace prosperar», me respondió cuando le dije que había encontrado empleo. Era el primero o el segundo, lo equivalente a tiempos de ingenuidad, cuando las horas de trabajo significaban mucho. No solo por el dinero, sino por el sentido de la importancia, el sentido del estatus, el sentido del refugio.

Antes de que pudiera señalarlo, el «Ay, estoy hasta arriba, no me da la vida» era la seña de identidad —o de estatus, para quien no tenía nada más—.  Pero había una diferencia entre los agobiados y los agobiados complacidos: a los segundos los delataba la pincelada de orgullo en la voz, por mucho que bajaran la mirada y mantuvieran el tono serio.

“Estamos muy ocupados, somos importantes”

(Aunque trabajar duro arruine la carrera)

Todo ser viviente necesita un sentido de importancia por su trabajo —léase, ser respetado, sentirse reconocido—. Para muestra, el sentido común, los artículos de internet y la encuesta del PEW Research Center, que expone como segunda y la tercera causas de abandono de un puesto de trabajo en el 2021, era de la gran dimisión, la falta de oportunidades de progreso de la carrera y sentirse no respetado en el trabajo. De hecho, no estaría de más sospechar de la picaresca de algunas empresas que, conscientes de esta necesidad humana, contrarrestan salarios bajos y ritmos insostenibles con muestras de aprecio repartidas estratégicamente y eventos para “fomentar el sentido de pertenencia”.

Qué es capaz de hacer el homo sapiens por el sentido de la importancia: he aquí la cuestión. Unos han montado guerras, otros se han aprovechado del prójimo y otros han matado. A más pequeña escala, algunos lo han dado todo por una empresa. Todo es todo, hasta la familia y la identidad.

Ahogando penas en trabajo

2020 fue el cataclismo. Ahora la salud mental sale a la luz como algo que siempre estuvo mal, pero ahora nos damos cuenta. Y cómo pudimos tardar tanto en darnos cuenta. En parte porque tradicionalmente, se ahogan las penas en trabajo. Es algo más habitual de lo que sabemos admitir. Del sentido de importancia personal que deriva del trabajo —o del cargo— ya se ha hablado mucho. Pero recalco dos cosas: el empleo ha ayudado a encarrilar muchas vidas y a centrar bastantes mentes. El ser humano necesita cierta disciplina —en este caso, impuesta— para funcionar bien.

Y esta cara de la moneda incluye las veces que el trabajo ha ayudado a no pensar tanto, o no hundirse en la miseria. «Trabajar le ayuda a pasar página», «Si se centra en el trabajo, mantiene la mente ocupada y no piensa en él», son frases comunes. Ahogar las penas en trabajo puede estar bien, si uno equilibra los aspectos en los que se ahogan las penas. Adentrarse más es estar en zona de niebla, donde no se termina de apreciar la diferencia entre el trabajo como elemento de deber, o de huida del caos interno o justificación de la inestabilidad personal. Avanzar más es pasar al lado oscuro, donde están los problemas graves de los recursos humanos, diagnosticados, pero no resueltos.

¿Es sentido de importancia, o de supervivencia?

Según el informe de la OMS, la sociedad post-pandemia está más frágil. Por un lado, pensamos más; por otro, reaccionamos más en modo supervivencia —recordemos que hay una guerra y una recesión, entre otros—. Por otro lado, nos hemos preguntado qué sentido tenía la vida de antes y qué sentido tiene volver a ella. Además, el mundo ha presenciado una gran dimisión, la renuncia silenciosa y la ruptura de los manuales clásicos de liderazgo. Según la encuesta de Gartner, hoy la sociedad trabajadora se plantea más la relación entre vida y trabajo: visto lo visto, la pregunta de fondo es si es legítimo el nivel de importancia asignado tradicionalmente al trabajo.

¿Seguimos teniendo ganas de trabajar? Los indecisos pueden servirse de un artículo como este. Pero creo que la necesidad humana de sentirse importante permanece. Así que en un momento de inestabilidad emocional colectiva, no me sorprende que la gente busque en lo consciente, una vida con más sentido; en lo inconsciente, zonas de confort o de refugio emocional. Por ello, probablemente conforme se reajuste la sociedad, una buena parte* de los seres humanos vuelvan a vincular su sentido de importancia a su trabajo.

Y las preguntas, junto con sus penas, quizá se olviden, ahogadas en trabajo.


*Una parte. La otra parte piensa diferente.

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Creo que nada es difícil si sabes hacerlo. Soy Esther, ingeniera de Caminos amante de los trenes y del progreso social que traen. Dirijo Dévé, donde edito y escribo sobre estrategia, liderazgo y dinámica social; pilares del desempeño pro y perso. La verdad —simple, directa y clara— te hace libre.

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