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La lucha fantasma contra la violencia simbólica

Cada día se evidencian nuevas luchas para reivindicar a las menorías. En todo el mundo se suscitan demandas por más y mejores derechos sociales, laborales o culturales para grupos de personas o comunidades que han sido maltratadas u olvidadas en el pasado. Como así también se busca erradicar la violencia física contra la mujer, el abuso laboral, la opresión política y, por supuesto, las tan absurdas guerras entre países. Pero, siguiendo al sociólogo Pierre Bourdieu, y sin desmerecer la valiosa lucha de cada uno de ellos, se podría decir que se están podando las ramas —que volverán a crecer— en lugar de quitar el árbol de raíz. Estamos hablando de la violencia simbólica, madre de las violencias, tan silenciosa como letal.

Qué es la violencia simbólica

La violencia simbólica es un término acuñado por el destacado sociólogo francés Pierre Bourdieu en la década del 70. Este tipo de violencia no es física ni evidente, por lo contrario, trabaja desde las sombras. Utiliza mecanismos como pensamientos, mensajes, imágenes o conductas para excluir mediante la humillación y la discriminación a las personas que están fuera de los estereotipos dominantes. Quien ejerce esta violencia es llamado dominador, que actúa sobre los dominados, quienes no la perciben y hasta son cómplices de forma inconsciente.

Este tipo de decodificación está implícita en publicidades, letras de canciones, refranes, dichos populares, videojuegos, libros, películas, series y muchos otros canales. Lo encontramos en espacios educativos, políticos, comunicativos, religiosos y hasta en nuestros círculos sociales y en nuestra familia. Y es que está tan naturalizado que cuesta verlo.

Durante años nos han dicho qué pensar, qué hacer o cómo lucir para formar parte de los estereotipos de referencia. Nos contagian el temor de ser excluidos por ser diferentes.

El poder simbólico en nuestras vidas

Podemos encontrar este tipo de violencia en toda relación de poder: adulto/niño, profesor/alumno, médico/paciente, sacerdote/creyente, hombre/mujer, jefe/empleado, funcionario/ciudadano. Recuerda que no estamos hablando de la violencia física o verbal. Basta con recibir comentarios como que tu cuerpo no es lo suficientemente bueno y debes cambiarlo, como que debes cambiar tu modo de vestir o hablar, que debes estudiar una carrera o tener un salario. Es la violencia de obligarte a ser como el resto.

Durante siglos el poder simbólico se usó para invisibilidad a las minorías, para fomentar el odio hacia las personas de color o a los extranjeros, para naturalizar el abuso físico de los hombres hacia las mujeres, para invadir países, para justificar genocidios o esclavitud en bien de la conservación de un estereotipo dominante. La historia ha cambiado muchas veces para favorecer a los opresores, incluso en la actualidad seguimos oyendo mentiras cada día. Pero como dice Foucault, no podemos hablar de relación de poder sin que exista una posibilidad de resistencia.

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La construcción social

Hay algo que olvidamos a menudo: las relaciones de poder son construcciones sociales, y, por lo tanto, pueden desconstruirse, o al menos achicar la brecha. Tenemos cientos de ejemplos de culturas que no son parte de los estereotipos dominantes. Las mujeres del pueblo mosuo, en las laderas del Himalaya, son las dueñas y jefas del hogar, son independientes y no necesitan hombres para sostener la economía de la familia. De hecho, después de procrear a sus hijos, los hombres no conviven con la mujer, solo se limitan a sostener económicamente a sus sobrinos. También hay casos como la esclavitud blanca en el norte de África, en donde el imperio otomano esclavizaba europeos, o la ahora conocida discriminación inversa o racismo inverso. La conclusión de esto es que la historia nos ha llevado a que ciertos grupos tengan poder sobre otros y ejerzan su violencia simbólica para naturalizar su dominio.

La lucha que nos pertenece

Algunas formas de luchar contra la violencia simbólica son cuestionar las ideologías dominantes, analizar los refranes y canciones populares para no replicar sus mensajes, denunciar publicidades o bienes culturales que busquen vender estereotipos dominantes o humillar o recluir grupos subordinados, visibilizar micromachismos y no repetir frases o chistes que puedan herir grupos sociales, étnicos o comunidades.

Siempre podemos cambiar nuestra realidad, y si no hacemos algo al respecto, somos cómplices del abuso del poder. La palabra igualdad es arbitraria, porque siempre habrá algunos más “iguales” que otros. Lo justo es decir con orgullo que todos somos diferentes, pero que merecemos respeto por igual. 

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Soy un amante de la literatura y la cultura en general. Trabajo como corrector editorial y he publicado dos libros: Tetralogía del enemigo y El coleccionista de máscaras. Soy técnico en administración de la cultura, a unos meses de ser licenciado. En Dévé soy, además de editor, creador de mensajes de cultura y sociología.

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