Algo que me ocurría era que no expresaba sentimientos, emociones o estados de ánimo por miedo a lo que pensaran de mí.
Soy de una generación que, gracias a todo el esfuerzo de mis padres, he tenido al alcance estudios, comida, ropa, techo, he aprendido a ser independiente, a tomar mis decisiones; pero he tenido que andar un camino incierto en cuanto a las emociones por mí misma.
Recuerdo que abrazar a mi madre era abrazar a un tronco. Lleno de vida y sabiduría, pero inmóvil. Durante mucho tiempo esto me frustraba y me hacía enfadar con ella. Sentía rechazo.
Un día me paré a ver cómo era la relación de mi abuela con mi madre, a tomar perspectiva para ver el mapa más completo. A ella le pasaba algo similar, pero en otro escalón.
Fue entonces cuando comprendí, que mi madre es también hija, y que a ella tampoco le enseñaron a transmitir emociones, pues tras una guerra civil, la jerarquía del aprendizaje a transmitir era otra. Y el amor familiar se daba por supuesto, sin más.
Ese contraste de generaciones ha hecho que yo pueda permitirme el lujo de pararme en el sentir, en las emociones y me hizo tomar una decisión. Decidí que el abrazo que le daría a mi madre a partir de entonces sería tan largo como fuera necesario para que ella me sintiera y se permitiera lo que tanto tiene dentro incondicionalmente: amor. Sentí como poco a poco sus músculos se relajaban, y sus brazos por fin me arropaban con plena conciencia.
Hablábamos lenguajes diferentes, y durante un tiempo esperaba que mis padres me enseñaran ese lenguaje también, pero a ellos no se lo habían enseñado.
Me permití decirles te quiero cada vez que los veía y lo sentía, sin necesidad de un motivo u ocasión, abrazarles largo y acunado. Poco a poco ellos aprendieron a decírmelo a mí sin vergüenza, con naturalidad, como es el amor.
Como hij@s, también podemos devolver a los padres el aprendizaje que, gracias a ellos, hemos podido sumar.
Desde entonces puedo hablar más libremente de emociones y estados de ánimo con mis padres y ellos se lo permiten también.
Ahora siento menos juicio al compartir o respetar mis emociones, porque tengo el reflejo, sabiduría y conciencia de que mis padres también sienten, Y como yo, son hijos que siguen aprendiendo.