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Cómo ser un buen conversador

Si estás leyendo esto, ya has recorrido más de la mitad del camino que te lleva a ser un buen conversador. El resto de pasos los darás con más facilidad de lo que imaginas. Y sí, como en muchos ámbitos, la intención de mejorar supone de antemano un porcentaje elevado de éxito.

Como docente, me enfrento a diario a mis alumnos con palabras, gestos, miradas y silencios. Todos ellos son encuentros sociales en los que saber conversar facilita en gran medida el logro de un objetivo: que aprendan. Otras veces, en cambio, la finalidad por su parte es demostrarme que sí han adquirido un conocimiento, convencerme de su postura o negociar un cambio en su favor. Sea como fuere, nuestras decisiones, problemas y metas pasan por una buena conversación.

No se trata de una capacidad exclusiva de algunas mentes privilegiadas. De uno u otro modo, todos acabamos conversando. Sin embargo, no siempre decimos lo que teníamos pensado, ni sabemos qué queremos obtener de ese intercambio. A veces, incluso, nos pueden las circunstancias: veo en el aula a gente brillante que no es capaz de expresar una idea a causa de los nervios, de la falta de organización o de carecer de un propósito claro. Cuántas veces no deseamos volver atrás en el tiempo y cambiar lo dicho.

Aprender a conversar no solo es posible, sino aconsejable. Cuando hablamos nos hacemos vulnerables, exponemos nuestra forma de ver el mundo. Como seres sociales que somos, estamos ávidos de una buena conversación con la que aclararnos, reorganizar nuestras ideas, explorar nuevos planteamientos o entender mejor a la otra persona. Por tanto, antes de meternos de lleno en la vorágine comunicativa, conviene tener claros ciertos aspectos: debemos distinguir cuál es el propósito, el contexto, las partes que intervienen, el tiempo del que disponemos, la urgencia y la importancia, entre otros factores decisivos.

A simple vista pudiera parecer que conversar es una ciencia exacta carente de magia: nada más lejos de la realidad. No obstante, podemos tratar de delimitar y controlar los factores que dependan de nosotros para que la comunicación sea más eficaz. Si fuera tan sencillo, habría menos conflictos, pero hay una serie de factores que dependen de nosotros y nos pueden convertir en mejores conversadores.

De entrada, podemos transformar esa necesidad de diálogo en algo grato cuya finalidad sea reparadora. En el acercamiento a la otra persona, podemos tender puentes, solucionar alguna dificultad del pasado y fortalecer nuestra relación. Con solo fijarnos en las formas pasamos de un molesto «Tenemos que hablar» al más que sugerente «Me apetece verte y saber de ti», por ejemplo. Cómo hacemos sentir al otro interlocutor y la relación que forjamos con él son claves para el desarrollo de la buena conversación.

Además de las formas, de un lenguaje y un trato cuidados y respetuosos, también tenemos que considerar el contenido. La sensibilidad a ciertos temas, la percepción cultural o la pertinencia según el momento que escojamos pueden determinar el éxito comunicativo. Aunque no siempre sabemos qué opina la otra parte.

Uno conversa según lo que entiende o cree entender qué debe ser una conversación. Casi nunca preguntamos a la otra parte qué es para ella conversar o qué espera obtener de nuestra charla. Ni cómo se siente ante ciertos temas. Puede sonar forzado y poco natural preguntarlo, pero no siempre hay que hacerlo de una manera explícita. Fijarnos en la comunicación no verbal, en la mirada o en qué palabras emplea para referirse a ciertos conceptos pueden darnos algunas pistas. Nadie ha dicho que hacer esto mientras hablamos sea fácil.

A charlar se aprende charlando, mejora con la práctica. Podríamos decir que es un saber procedimental, como conducir o comer; es decir, no pensamos en cada acción o mecanismo del proceso —girar la llave, pisar el embrague, abrir la boca, cortar la comida— sino que con la repetición de cada subdestreza adquirimos una mayor sin apenas ser conscientes.

¿Qué podríamos practicar de forma aislada para ser grandes conversadores además de lo que ya hemos comentado?

Seleccionar temas adecuados, hacer preguntas abiertas, crear un clima de comodidad, no juzgar al otro, tratar de mostrar interés, practicar la escucha activa, reformular las ideas del interlocutor, evitar valoraciones peyorativas, aclarar las dudas que nos surjan durante la charla, emplear un tono de voz apropiado al contexto o tener en cuenta las necesidades del otro, son algunos ejemplos. Naturalmente, estos elementos influyen de forma positiva, aunque no siempre sean determinantes; seamos sinceros, hay veces que no es necesario cumplir con todos los requisitos. Basta con crear un todo en el que las partes sean protagonistas.

Las mejores conversaciones que he mantenido en mi vida no fueron agradables, ni dije todo lo que tenía en mente; quizá hubo más borrones que líneas definidas y algún que otro tachón. Eso sí, lo que tienen en común las grandes conversaciones es que, además de necesarias y clarificadoras, son capaces de crear una realidad de la que nos sentimos partícipes. Como si nos dejaran arreglar un trocito del mundo, de nuestro pequeño mundo.


Imagen: DGT Portraits

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Soy traductora de formación y profesora por vocación, además de mediadora, cuentista, amante de los idiomas y del teatro. Desde 2009, año de mi regreso a España, me dedico a la docencia universitaria y a la investigación en Traducción, Comunicación y Literatura. Estoy en Dévé para aportar mi granito de arena en este innovador proyecto.

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