En realidad, lo más importante claro que eres tú. No te compliques: claro que sí. Pero hay muchas formas diferentes de entender esto. Los mediocres lo pueden entender como: “yo soy el número uno, yo soy el mejor, el más guapo, el más inteligente, el más blablablá”. Este es el enfoque más común, es decir, el más simple. Simplemente inventarte que existe un mundo y que, por encima de una línea imaginaria que trazas desde la mera voluntad, estás tú. ¿Por qué? Porque sí. Pues muy bien, esto no es más que el diseño gráfico de la carencia de autoestima más plena. Más allá de eso, no existe una referencia en la realidad que valide el modelo. Esta no es forma de entender la vida. Ahora bien, ¿cómo se entiende desde el punto de vista de la excelencia? Como que el individuo es lo más importante, por supuesto, pero solo en tanto que capaz de generar valor hacia afuera. Esto significa que uno tiene que ser fuerte para poder hacer fuertes a los demás, entendiendo por fuerza la capacidad de abrir y experimentar todo tipo de sensaciones y horizontes.
Lo único que ocurre aquí es que el proyecto (potentísimo) de la competitividad como idea emergente del capitalismo sistémico contemporáneo ha podido confundir a mucha gente (todos erramos en unos u otros sentidos, yo el que más), ¿y por qué?: porque ni somos máquinas ni lo podemos ser. Pero es que… ¡No es deseable serlo! Porque el ser humano es más que una máquina o una parte de un engranaje artificial: es un ser vivo de carácter único, capaz de pensar de manera creativa e innovar. El objetivo y fin último es solo uno: construir un mundo mejor, que no es otra cosa que un mundo tan libre como justo. Y eso pasa por ser uno mismo para poder ser en sociedad, en comunidad, en armonía con nuestro alrededor.
Ser por ser no tiene más sentido que el puramente estético, pero ser por trascender tiene, aparte de un sentido estético, un sentido pragmático que es el que verdaderamente ejerce de núcleo. ¿Yo, yo, yo…? Mediocres. ¿Yo y nosotros? Excelentes. Uno no empieza en sí y acaba en sí, sino que empieza en sí y termina más allá, no en el punto de partida. Claro, somos muy importantes porque nosotros mismos en tanto que individuos somos el punto de partida de todo, pero para que podamos accionar y ejecutar en la realidad material exterior a nosotros mismos. Quien solo piensa en sí, es que aún no se ha enterado de nada; quien piensa en sí mismo como un fin, pero también como un medio para construir un mundo mejor, es que sabe pensar desde unos patrones de excelencia no precisamente poco elevados. Yo, no; yo y nosotros, sí. Así es como se hacen los negocios, la política y la vida, o, al menos, así es como podemos llegar a hacer que sean gracias a nuestro trabajo. La mediocridad genera ego; la excelencia, valor.