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El gimnasio de la reputación

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La mayoría estamos apuntados al gimnasio, otra cosa es si vamos o no, pero todos sabemos que  sean grandes o pequeños, municipales o privados, modernos o antiguos,  están llenos de maquinas para desarrollar músculo, hacer cardio y mejorar nuestra elasticidad.

Tranquilidad, que no he venido a hablar de cintas de correr, sino de algo que nos lleva bastante más lejos: el carácter. Nuestra forma de ser es más importante que el cuerpo, no aparece en las fotos pero cambia la forma en la que el resto nos ve. No envejece, todo lo contrario, mejora con el tiempo si lo cuidamos bien.

Para entrenar la reputación hay que trabajar en nuestros puntos débiles y potenciar los fuertes, igual que el cuerpo. Nuestra reputación es la imagen mental que los demás tienen de nosotros y va cambiando con nuestras acciones y decisiones. No hay paraguas ni chubasquero que evite que calen las tormentas que provocamos ni tampoco sombra que se resista a la luz. Nuestras buenas y malas obras tienen eco, nuestros gestos dejan huella, nuestras conversaciones quedan escritas, y no me refiero al móvil.

La reputación es un deporte que hay que practicar todos los días, puede vivirse de rentas una temporada pero tarde o temprano acaba pasando factura.

Para mejorar nuestra reputación hay que ser buen profesional y mejor persona. Ser diligente en las obligaciones, valiente en las decisiones, flexible con los demás y tener buen corazón. Si eres bueno en tu trabajo pero mala persona, de poco vale. Si eres buena persona pero mal trabajador, te quedas corto. Al no ser máquinas,  nuestra cabeza y nuestro corazón no son independientes. Y entre reunión y reunión, jornada y jornada laboral, nuestra personalidad va transcendiendo.

Saber pedir perdón y perdonar, escuchar y ser buen conversador, ganar y perder, ser independiente y trabajar en equipo…

La reputación es un cuadro que vamos pintando con nuestras decisiones, aciertos y errores, y forma de ser. Llenémoslo de colores.

 

 

 

 

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Soy economista de formación y escritora de vocación. En una carrera de números descubrí que las letras eran el vehículo perfecto para llegar a cualquier lugar. Desde entonces, he publicado dos libros y me dedico al mundo de la comunicación.

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