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La historia del hombre que podría ser tú, porque (quizá) se parece a ti

Hubo una vez, un adicto a la información que decidió desintoxicarse.

Era de los que miraba las 5 redes sociales al despertarse (primero Instagram, luego Twitter, después LinkedIn, a continuación Whatsapp y si la noche anterior había caído algo, Facebook), miraba el teléfono antes y después del sexo, y más de una vez se había cargado el acto sexual por haber mirado el móvil durante —era un email del jefe—.

Miraba el móvil al andar por la calle, mientras comía, en el gimnasio, mientras cenaba con los amigos y por supuesto, en el inodoro. Como cualquiera. Pero él no era “como esos adictos al móvil que se caen por la calle”. Necesitaba estar informado, que eso de ser la última persona en enterarse le hacía quedar como un ignorante, e ignorante era lo último que se podía ser el la sociedad de la successful people. Además, «el móvil no es una droga».

Pero claro, un día una chica en una segunda cita se mostró claramente molesta por su actitud de mirar su teléfono móvil más que a ella. La chica le había gustado. Pero ella se levantó y fue («Creo que esto no va a funcionar, mejor no perder más tiempo»), y mientras él le dedicaba su último pensamiento frustrado, su cerebro le lanzó un estímulo que se traducía en “A esta chica la has mirado más en la web de citas, stalkeandola en las redes y repasando sus fotos que cuando la has tenido delante. Vergüenza”. Así que se dijo: “Quizá estoy enganchado al móvil. Voy a dejar el móvil durante una semana. Cambiare mi teléfono por uno de finales de los 90”

No lo logró. Ni invocando las nuevas filosofías hipster/paleo/minimalistas. El fantasma de “Te van a mandar un WhatsApp urgente y no podrás responder” no se conformaba con un “Pues que me llamen”, porque ambos sabían que llamar… ni su madre. Solo sonaba su teléfono cuando algún teleoperador de alguna empresa no interesante quería venderle algo (Qué llamadas más tristes… «Buenos días le llamo de…» «No me interesa, gracias»).

De modo que volvió a su teléfono de alta gama.

Dejar el móvil era más difícil que dejar los azúcares y dejar la droga. De modo que se dijo: “Iré sin el teléfono en la mano por la calle”. Fue una mejoría. Añadió no andar mirando al suelo, mirar al frente y hacia arriba y caminar más, por lugares nuevos que le resultaran una novedad. 

A nivel amistades y citas, pensó que una idea era tener ideas de conversación y ser un buen conversador. Si él era mejor conversador, sus citas serían más dinámicas y consecuentemente ambos tendrían menos tentación de mirar el teléfono. Las citas no necesitaban ser largas hasta el punto de no tener más de lo que hablar: acortarlas a la mitad de tiempo era más eficiente que alargarlas hasta la embriaguez. Además, podrían dejarse con ganas de más, dosificar la información, ser más intensos, las posibilidades eran más. Así que una buena idea era leer más, ver películas, hacer algo que luego pudiera contar… en fin, cultivar lazos de amistad. Pero de verdad, él no era un chaval.

Por otro lado, eso de “hacer varias cosas a la vez” ya no le hacía falta para ser eficiente. Con saber lo que había que hacer, y hacer una cosa a la vez veía que terminaba antes, y mantenía la energía mental. Si se perdía algo en las redes sociales, los algoritmos se encargaban de recordárselo. Tweets y posts aparecían antes o después según sus intereses, así que no se perdía lo importante… y lo importante era justo lo que él necesitaba ver. Centrarse en lo importante era uno de los principios de la successful people, así que mejor aún. Ya de paso se dijo: “Por qué no dejo de seguir estas cientos de cuentas que ni sé por qué sigo”. Qué bien le sentó la limpieza.

Un día dijo: «Tengo un hueco. Por qué, en vez de enviarle un Whatsapp no le llamo dos minutos».

En ese momento no fue consciente de que había comenzado a hacer magia. Si este hombre supiera el efecto de su voz en la mujer que (quizá) comenzaba a sentir algo por él… mejor que no se lo dijera nadie. Bueno, los estudios ya lo hacen, pero no los había leído.

Sin planificarlo, sin hacer nada, acabó teniendo más tiempo para él, recuperando la capacidad de concentración, siendo más libre, andando mejor. La epifanía fue no necesitar “compartir” todo lo que le pasaba en su vida. Que no, que su comida con amigos seguía existiendo aunque no la vieran sus 387 seguidores de instagram. Pero bueno, compartir sus 10 kilometros estaba bien por los «me gusta» de otros corredores. Total, en una sociedad sobreinformada, la gente que le interesaba iba a estar informada si quisiera.

Curiosamente, la nueva sensación de cercanía con la gente que quería fue increíblemente placentera. En la vida real, cuando lo virtual servía de apoyo en lugar de remplazo, lo “de verdad” era más de verdad que nunca.


Imagen: Miguelangel Miquelena

 


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Creo que nada es difícil si sabes hacerlo. Soy Esther, ingeniera de Caminos amante de los trenes y del progreso social que traen. Dirijo Dévé, donde edito y escribo sobre estrategia, liderazgo y dinámica social; pilares del desempeño pro y perso. La verdad —simple, directa y clara— te hace libre.

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