Una de las primeras cosas que aprendí en psicología fue que lo que sentimos y lo que pensamos puede no coincidir. Que, por defecto, por un lado van las emociones y por otro las ideas. Y que el objetivo de una mente equilibrada es saber articular ambas líneas maestras para que sea una sola ejerciendo el liderazgo de la propia vida.
¿Si sentimos unas cosas pensando otras diferentes? Nunca lo había pensado hasta el momento, pero sí. Hasta que “lo arreglamos”, somos tremendamente contradictorios. En resolver nuestras contradicciones organizando y coordinando todo nuestro ser (emociones e ideas existiendo en una materia física) radica nuestro éxito o fracaso.
Una de las claves de esto es el lenguaje, aquello que da forma a todas nuestras operaciones mentales. ¿Cómo hablas contigo? No me respondas a mí, sino a ti (aprovechando la propia idea). Muchas veces no somos conscientes de que nuestro diálogo interior es fundamental para ese fenómeno de organización mental. ¿Y cómo hablas con los demás? Aquí solemos ser incluso peores. Pero de pensar una cosa y decir la contraria, vamos. Aquí fallamos muchísimo. Y es por una cuestión meramente de corrección política, invento de la post-modernidad, esa que vacía de sentido toda ilusión.
El lenguaje tóxico está de moda entre aquellos que aún no saben cómo funciona la vida. Amenazas, gritos, lamentos, carencias, culpas… Oye, aceptemos ya que somos humanos, que a veces fallamos y que lo más importante es intentarlo una vez tras otra. Ya está. Si hay un problema, se soluciona. Si tienes parte de responsabilidad, la aceptas. Si fallas, lo corriges. Seamos ejemplares, podemos ser excelentes si controlamos nuestro lenguaje.
Se me ocurren expresiones como las respuestas a un simple: “¿qué tal estás?”: “bueno, aquí, tirando”, “ya sabes, hasta las narices”, “vaya, sobreviviendo, que no es poco”. ¿Pero qué respuestas son estas? Te lo digo yo: las respuestas por las que, cuando te das la vuelta, la persona que te ha preguntado piensa para sus adentros: “uff, me voy”, “vaya negatividad” o incluso “qué mal rollo”. Sé optimista y cambia tu lenguaje. Por fuera, sí, pero por dentro aún más.
Que estás a todas horas hablando contigo. Imagínate la programación mental que haces hablándote mal a todas horas. Qué decadencia. Además, es un círculo vicioso, es que la negatividad hay que cortarla de raíz, si no cada vez es más difícil lidiar con ella. La negatividad es el peor vicio que existe, junto con la pereza o la ignorancia. No es el alcohol ni el tabaco, qué va. Los hay mucho peores, entre ellos el lenguaje tóxico.
Aprender a hablarnos con respeto a nosotros mismos nos va a llevar a tomarnos la vida con otra filosofía mucho más productiva. Es simple: si tienes un problema, puedes elegir tu actitud. Si eliges una actitud positiva, ya no vas a tener ese problema, y si eliges una negativa, vas a tener dos.
¿Qué es más eficiente? La positividad. Frente a la negatividad, que es el peor de los vicios del ser humano, podemos ser excelentes modelando nuestro lenguaje. Progreso, innovación, felicidad, optimismo, luz, gloria, esfuerzo e inteligencia son palabras que tienen que estar muy bien definidas en ese compendio.